Hoy mi deber era cantarle a la patria, alzar la bandera, sumarme a la plaza, hoy era un momento más bien optimista, un renacimiento, un sol de conquista.
Silvio Rodríguez
Me agarró por los hombros sin que yo lo esperara, le lloraban los ojos, me apretó tan fuerte, noté una energía que me quebró el corazón de ternura, me dijo que no dejara jamás de contar lo que nos hicieron, yo confundido le sonreí, le dije que gracias, que era uno más, pero ella siguió llorando y diciéndome que siguiera, que no me dejara llevar por quienes tratan de acallar, por quienes lanzan calumnias y encubrimiento desde sus apellidos apegados a una oligarquía criminal, no te creas nada, sigue adelante, no cambies, sigue escribiendo hasta que no te queden fuerzas en los dedos. Yo ya no estaré, me dijo, yo ya no estaré, pero quiero que cada palabra denuncie cada crimen, cada desaparición, cada tortura, es la mejor forma de que tantas personas buenas pervivan para siempre. Luego se fue sin decir adiós, se metió en las callejuelas perdidas del barrio colonial, no la conocía de nada, ella me identificó no sé como, pero de alguna forma me rebosó el alma de compromiso, de ganas de seguir aunque sea tan duro, sin ser profeta en tu propia tierra, con una ganas locas de autoexilio, del lugar donde naces y te vilipendian, te pisotean desde el poder. Me dejó el sabor de la lucha sin tregua, un olor a combate, quiero seguir hasta el final, me dije, repleto de patria o muerte.
Más historias
También la vida
80 años de la liberación de Auschwitz, el mayor campo de exterminio nazi
Godismos