Los cuerpos del alcalde y de tu abuelo los tiraron en la fosa común del cementerio de Las Palmas uno frente al otro, Juan Machado iba con los ojos abiertos, Pancho con la cabeza destrozada, en la tumba parecían abrazados, les echaron la tierra encima y enseguida se mezcló con la sangre, creando un barro rojo muy raro que todavía no he podido olvidar.
Antonio Ferreras Ramírez
«(…) Nos enteramos de que habían fusilado a tu abuelo dos días después del 29 de marzo del 37, para Pancho no hubo homenajes, ni se reunió nadie del partido para costearle un ataúd y un nicho en el cementerio, era jornalero humilde y pobre, su cuerpo fue trasladado en el «camión de la carne» con otros hombres acribillados, desde el campo de tiro de La Isleta a la fosa común del cementerio de Las Palmas, allí sigue junto a aquel árbol. Enterraron juntos a los dos amigos y camaradas, el alcalde comunista Juan Santana Vega y mi padre Francisco González Santana, el sepulturero colocó una losa de mármol entre sus dos cuerpos y el resto de huesos acumulados, se jugó el cuello, lo que pretendía aquel buen hombre, que años después conocí en persona, era separarlos por si algún día sus familiares los reclamaban para darles sepultura digna. Allí siguen olvidados por todos, hasta su propio Partido Comunista de España ha pasado absolutamente de sus restos antes y ahora, faltaron al respeto a nuestra familia cuando le escribí a Carrillo en los 80 y ni siquiera nos contestó, para él los asesinados más empobrecidos no eran nada, solo se movieron por sus nombres famosos, por «intelectuales» que ellos consideraron flor y nata de su organización. Allí sigue mi padre y allí seguirá en ese pacto de silencio de la izquierda con el fascismo más criminal. Vino Juan Esteban a avisarnos de que estaba muerto, de que el tiro de gracia se lo dieron encima de un ojo porque todavía estaba vivo tras el fusilamiento y movió la cabeza, dijo que el muchacho que estaba en el pelotón, y que era de Tamaraceite, le contó llorando que Pancho se movía en el suelo entre chorros de sangre en todo su cuerpo, pero que tenía los ojos abiertos y miraba al cura, a los militares y a quien le destrozó la cabeza con el tiro de gracia. Nos quedamos todos en silencio en casa cuando nos enteramos ¿Dónde íbamos a ir si nos tenían vigilados desde que mataron a mi hermano en su cuna? Recuerdo que tía Rosa se puso de rodillas en el patio llorando a gritos, que Lorenzo y Paco, mis hermanos, se metieron en el camastro desalados, yo al ser más grande, con once años, me quedé abrazado a tu abuela, ella no paraba de llorar en silencio, recuerdo que sus lágrimas parecían un manantial de agua caliente que no paraba de brotar…»
Testimonio de mi padre Diego González García, fallecido en octubre de 2018 sin poder recuperar los restos de mi abuelo.
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