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Pino Sosa, mostrando los restos de los hombres arrojados en el pozo de Tenoya, donde rescató los restos de su padre (AGENCIA EFE).
Los ponían arrodillados en fila delante del pozo, se divertían disparando en sus nucas a ver quien tenía más puntería, luego entre dos los agarraban y los jincaban al fondo.
Miguelito Martel Rodríguez
«(…) En el pozo del barranco Tamaraceite los cuerpos salían a flote a los tres o cuatro días, cuando bajábamos nos encontrábamos con aquel espectáculo, cuerpos hinchados por la descomposición, las caras desfiguradas de gente conocida que parecían mirarnos, compañeros de taifas y fiestas, de las huelgas, de las luchadas en el Campo España, de los partidos en la explanada del Muelle Pesquero, eran vecinos de nuestro municipio de San Lorenzo, gente que te encontrabas por la calle, que te invitaba a un Virginio, amigos con los que compartías aficiones, ideas, hasta los mismos gustos por las mujeres. Al ver a los muertos no podíamos decir nada, ni un comentario, pero aquella agua ya no servía, no se podía usar pero la usaban, la vendían pa consumo humano, pero el problema era que si lo decíamos y algún chivato nos escuchaba nos podía costar la vida. Recuerdo una mañana que se rompió el motor y nos llamaron a mi y a Rodolfo Tejera, bajamos y allí estaban los que habían tirado hacía tres madrugadas, era el hermano del cobrador de Correos, Juan Romero Viera, un muchacho que no pasaba de veinte años. Tenía un agujero en la frente del tiro en la nuca que le atravesó la cabeza, los ojos abiertos, la boca cerrada. Al lado dos muchachos del Dragonal Bajo, chiquillos que su único delito había sido haber participado años antes en las huelgas contra los abusos de los terratenientes, los tres eran de la CNT, cuando los vi empecé a toser y vomitar sin parar, yo creo que por los nervios, Tejera me sacó parriba y al llegar estaba Penichet junto a Paco Bravo y dos fascistas más de tenderete con ron de Arucas, cuando me vio me dijo: -Qué viste hay bajo que te has puesto malita maricona- Yo lo miré indignado, estuve a punto de gritarle ¡Asesino! Pero no se como me contuve, Rodolfo se quedó blanco, le dije que era por el gas que me había mareado, que no había visto nada. Los cuatro falangistas empezaron a reírse a carcajadas, nosotros nos fuimos a la caseta de palma a tomarnos la medicina del pulmón. Tuve que dejar ese trabajo, tuve que irme de allí, esos rostros ese me han quedado pa siempre metidos en mi memoria…»
Testimonio de Periquito García Miranda, pocero en las medianías de Gran Canaria entre los años 1922-1938.
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