«Mi hermano Sergio venía en el camión debajo de otros dos muchachos muertos, lo conocimos por el pelo rubio y la cicatriz en la frente, los llantos de mi madre alertaron a los guardias civiles que vinieron a pegarle con sus porras, yo la abracé para aliviarle los golpes. Mi hermanito de diecisiete años fue de los primeros que tiraron, le cayeron todos los compañeros encima, luego los sacos de cal viva y el agua bendita de los curas.» Juani Marrero Domínguez
«(…) Juanillo Pérez «El Lapa», y yo, le ayudábamos al sepulturero del cementerio de Las Palmas cuando había mucho trabajo, sobre todo desde que en agosto del 36 fusilaron al diputado Eduardo Suárez y al farmacéutico de Agaete, delegado gubernativo en el Norte de Gran Canaria, Fernando Egea. A partir de ahí fue un escándalo, decenas de fusilamientos diarios, entonces Pepito nos pidió ayuda porque éramos amigos de su hijo Pedro. Cuando yo vi aquello las piernas me temblaron, no daba pie con bola, llegaban camiones llenos de hombres acribillados a balazos, cada camión dejaba un reguero de sangre, desde el campo de tiro de La Isleta hasta Vegueta, atravesando toda la ciudad.
Entraban al campo santo por la puerta Sur, cuando todavía no había muro como ahora, afuera las familias era terrible, daban ganas de llorar, mujeres subidas en las lomas buscando a sus maridos, a sus hijos, a sus hermanos, los llantos hacían temblar el campo santo, luego los guardias civiles rodeando el cementerio armados hasta los dientes, aquellos fueron los peores años de mi vida, estuvimos ayudando a Pepito desde agosto del 36 a diciembre del 37, luego pude con la excusa de la enfermedad de mi madre no ir más, pero me costó porque nos amenazaban los falangistas si dejábamos cualquier día de ir. No era fácil acostumbrarse a aquello, ver tantos hombres jóvenes, muchachos fuertes, trabajadores, también militares y oficiales que resistieron el golpe fascista en Sidi Ifni fueron allí enterrados, los de San Lorenzo, los de La Isleta, los de Telde, los de Arenales, los de San Juan y San Roque y muchos más que mi vieja memoria ya no recuerda.
Si me acuerdo de sus caras, de sus cuerpos destrozados, de sus miradas sin vida, de su juventud, de sus ropas humildes, de aquel olor que inundaba media ciudad, de los curas que iban a pie de fosa, el de San José, un tal Padre Lamela, que tenía la costumbre de reírse de los muertos, bromeaba con los falanges y con otros sacerdotes como don Juan de Telde, el que pegaba tiros de gracia en los fusilamientos o echaba una mano en las ejecuciones en La Marfea y la Sima Jinámar, don Federico Díaz Bertrana, párroco de la catedral, don Ignacio Vega Guerra secretario del obispo, y varios más que iban allí a gozarse los enterramientos. Lamela se reía, nosotros creíamos que estaba encacarinado de ron, se burlaba de los ojos abiertos de los muertos, de como caían en la fosa, de si se les veía el culo o sus partes, de que si eran maricones rojos, de que si estaban mejor muertos, a mi me daban muchas ganas de ir a por él con un sacho y arrancarle la cabeza de cuajo. Allí están todos todavía en esas fosas de mierda, todos enterraditos unos sobre otros como animalitos, lo mejor de esta tierra, lo más grande que ha tenido nuestro pueblo…»
Testimonio de Esteban Santana García, vecino del barrio de San Roque entre los años 1920-1944, ayudante ocasional del sepulturero del cementerio de Vegueta y maestro albañil.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 20 de noviembre de 1999, en Lomo Verdejo (Las Palmas GC).
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