«(…) Y por la tarde, las torres,
las chimeneas, las casas,
van de paseo, en sus sombras,
para bañarse en la playa,
y columpiarse en las olas
y aprender nuevas sonatas.
Y después, de mañanita,
y como siempre: descalzas,
se estiran por el paisaje,
se suben a las montañas,
para contarle las cosas
que aprendieron en las aguas.» Pedro García Cabrera (El mar de la existencia)
«(…) En la zona de la Cueva de los Pollos, como a kilómetro y medio hacia Las Palmas, hay una caverna muy profunda que su entrada no se ve desde tierra, hay que sumergirse unos cinco metros con marea baja para poder entrar, allí nos metimos Ramón Soto de la CNT y yo cuando empezó el exterminio en el Norte de Gran Canaria, fueron a nuestras casas los falangistas a detenernos, pero ya no estábamos, porque nos había avisado Juan Hernández Moreno, cabo de la policía municipal de Arucas, nos iban a matar, lo supimos por aquel buen hombre que vino a hablar con nuestras madres, iba vestido con una capa negra para que no lo conocieran, yo creo que eran por lo menos las dos de la madrugada y nos salvó la vida. Enseguida nos juntamos en San Felipe y salimos juntos por la costa con dos cuchillos, un saco de papas vacío para coger moluscos, dos cantimploras, una lampara de petróleo y un lebrillo con gofio amasado. Fuimos directos a la cueva, conscientes de que no la conocía casi nadie, además había que estar locos como nosotros para margullar cinco metros con aquel oleaje y meterse en la entrada del infierno. Pero Monchillo y yo éramos casi chiquillos, nos criamos en esos riscos pescando y cogiendo lapas, junto a ese mar rabioso y caprichoso, que se lleva vidas en menos de nada, así que directamente nos metimos dentro buceando a pulmón libre, nos costó llegar porque había mal de fondo aquel septiembre del 36, las mareas del Pino. Al fondo de la gruta hay un naciente de agua salobre que se puede beber, hay zonas totalmente secas donde se puede estar sin que el mar llegue, solo se escucha el ruido de las olas rompiendo en aquel acantilado perdido en lo más recóndito de la isla. Decidimos esa noche no salir para nada durante el día el tiempo que estuviéramos allí, que si salíamos nos jugábamos la vida, ya que estaba todo vigilado por los falangistas. Solo salir de noche y buscar comida sin antorchas ni fuego, no era difícil: algún pulpo, mejillones o los pescados que se quedaban atrapados en los charcos: salemas, sargos, alguna vieja, fulas y todo lo que encontráramos. Salíamos después de las doce de la noche y nunca juntos, uno siempre se quedaba y teníamos el acuerdo de que si el que saliera no llegaba en una hora, el otro tenía que salir cuanto antes de la cueva y tratar de escapar a otro refugio. Desconocíamos nuestra resistencia a la tortura, por lo que era más fácil escapar que arriesgarnos a que nos amarraran aquellos hijos de puta. Allí estuvimos varios años, como topos marinos viviendo al límite de nuestra resistencia, siempre oliendo a mar, a salitre, a la humedad de la gruta de la libertad…»
Testimonio de Juanono López Mejías, pescador y vecino de Bañaderos, municipio de Arucas en los años del genocidio.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 27 de julio de 1999, en Tinoca, Las Palmas GC.
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