«Perdimos la noción del tiempo viviendo como indígenas, la pesca abundante, el marisco, todo el mar nos regalaba la vida, el único inconveniente era vivir siempre en la noche, movernos como aves nocturnas por aquellos riscos perdidos, la hoguera para calentarnos y cocinar la hacíamos al fondo de la caverna, de fuera no se veía nada, la luz estaba en nuestros corazones.» Pedro Medina Montesdeoca
«(…) Nos trasladamos casi a medianoche en la barquilla atunera de Antoñito Frade, conocido por «El Breca», éramos cuatro hombres y dos niños, hijos de Federico Hernández el de Tasartico. El muelle de La Aldea estaba infectado de falangistas y Guardias Civiles, por eso fuimos hasta Agaete y salimos desde la playa del Juncal, nos costó salir mar adentro por el tremendo oleaje y las corrientes, la noche en la mar es de las cosas más extrañas que he visto, divisamos animales que parecían seguirnos, aletas enormes de zifios, una ballena, creo que jorobada, gigantesca que con la luz de la luna llena pudimos observar sus ojos llorosos mirándonos en nuestra desgracia. Parecía que quisieran hablarnos, avisarnos del peligro inminente que estaba en cada recodo de aquellas olas terroríficas. Toñito «El Breca» se jugó la vida por nuestra amistad, él no estaba perseguido, siempre en el mar perdido, hasta las costas del desierto del Sahara llegaba pescando, pero me ofreció esa posibilidad de huida porque sabía que nos iban a matar a todos. Recuerdo como fuimos caminando hasta Agaete por las montañas de La Aldea, atravesando El Risco y parte de Tamadaba, un camino de más de doce horas que con los niños se hacía más difícil, los tuvimos que llevar en brazos varios kilómetros. El barco se desplazaba hacia el suroeste lentamente, viento en popa, con aquel motor tan viejo que parecía suplicar que lo paráramos, que lo dejáramos tranquilo en el fondo de cualquier acantilado marino. En el camino vimos luces que entraban y salían del mar a toda velocidad, detrás de aquel extraño fenómeno la costa de Tenerife donde se divisaba el calor de los bonitos pueblos del sur -¿Qué estaría pasando allí?- pensé -¿También estarían matando a todo el mundo como en Gran Canaria?- -Tal vez allí los fascistas fueran menos crueles y no hicieran cosas tan terribles- Lo dije en un susurro, pero sabía que era igual o peor, las noticias que llegaban a cuenta gotas presagiaban lo peor, estaban asesinando en todas las islas, el nivel de sadismo no se había visto jamás en esta tierra, eran miles los asesinados, los arrojados al mar con una piedra amarrada al cuello, los que eran desaparecidos en pozos y simas, los fusilados por cientos, todos torturados, hombres y mujeres, era el infierno, el verdadero rostro del genocidio. Después de casi siete horas de viaje llegamos todavía amaneciendo al acantilado elegido, dos horas más allá de Guguy, tuvimos que tirarnos al mar con los escasos bultos, allí nos esperaba la cueva, nuestro refugio en los próximos meses o años, «El Breca» espero paciente, mantuvo la barquilla lo más quieta posible para que pudiéramos bajar: -Yo pasó por aquí en un mes contado desde hoy con la luna llena, ya me dices lo que hacemos- dijo con su voz ronca de lobo de mar. Allí nos quedamos en la orilla viendo como se alejaba la barca, en el horizonte varios buques de guerra a toda velocidad hacia Las Palmas: -¿Serán de los nuestros?- dijo Perico Medina. Nadie contestó, el silencio se podía sentir en lo más profundo de nuestras entrañas…»
Testimonio de Roberto Peña Santana, maestro de escuela, vecino de La Aldea de San Nicolás en los años del genocidio.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, en El Barrial, municipio de Gáldar, el 18 de septiembre de 1999.
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