«No me mires diferente, no sigo tus ojos, mas, te veo no dejes de mimarme, aunque rehúya, no sé contenerme preciso de tus caricias a mi alma, no me seas indiferente, háblame mucho, tenme paciencia, estoy en mi universo en él hallo lo que preciso, no sé pedirte, ¡cómo quisiera! por eso me aíslo, me enfurezco a veces, pero, te quiero, te quiero como nadie, me es imposible a veces demostrarlo, me quedo despierto, pienso, creo un mundo nuevo…»
Oscar A. Fernández Folguerá (Carta de un niño con autismo)
«(…) Los tres hijos de Roberto «El Caminero», eran distintos a los demás, no tenían la edad que aparentaban, de mente todavía eran niños pequeños, hombres como castillos de más de veinte años, fuertes y altos como el padre que había sido luchador del Adargoma, pero eran chiquillos te los encontrabas en la entrada de la casa, en la subida de Barranco Seco jugando en el suelo con una pelota y muñequitos de madera, todos los vecinos les ayudábamos en lo que podíamos desde que falleció Aurora, su madre, de aquella tuberculosis que mató a tanta gente en los años 30. Por eso cuando vino el grupo de falangistas a detenerlo salimos todos a hablar con ellos, eran los miembros de Falange, Sixto y José García, que eran hermanos, algunos muy conocidos en Las Palmas como Alfredo Rivas, dueño de la famosa Tintorería París. Eran una jarca vestidos de azul, también estaban Juan Aulet, Vicente Trujillo, más conocido como «El Mojica», Juan Toledo el de Tafira y su hermano Manuel. Todos venían de hacer un recorrido por los barrios de la ciudad, traían un camión lleno de hombres y apenas eran las nueve de la noche. Mi madre les dijo junto al resto de vecinas que Roberto no estaba metido en política, que su única preocupación era sacar adelante a sus hijos retrasados, que si se lo llevaban se iban a morir de hambre. Entonces el que parecía ser el jefe de la Brigada, que era el tal Alfredo Rivas, sacó una pistola y dio dos tiros al aire, toda la gente asustada se retiró corriendo camino abajo, a mi madre la señalaron con el dedo Aulet y Trujillo, diciéndole: -Tú vas a ser la próxima putona tenemos tu nombre- Nos metimos todos en nuestras casas, al momento se oyeron los gritos de los muchachos que no querían que se llevaran a su padre, se escucharon golpes, gritos, hasta varios disparos, esta vez de fusil, cuando salimos habían saqueado la casa, se habían llevado los conejos, las gallinas, una cabra, todo lo poco que tenía valor, dentro estaba Julián, que era el mayor con un tiro en la cabeza, sus dos hermanos encima, también con heridas, abrazándolo y llorando. Era una escena terrible, no sabíamos que hacer, mi madre intentó levantarlos pero estaban aferrados al pobre Julián como si fuera lo único que los mantuviera en la vida. Mi madre y Chanita Jiménez, una vecina de San José, les llevaban de comer y los aseaban, pero a la semana siguiente subió desde Vegueta un coche grande de gente rica, dos mujeres de la Sección Femenina acompañadas de un cura, que según dijeron los vecinos era don Pedro Lantigua, párroco de la Catedral. Ellos jugaban en el camino de tierra con sus muñequitos y un cachorro de podenco que el padre les había regalado, allí mismo los amarraron con las manos a la espalda con la soga de pitera como si fueran malhechores, los metieron en la parte trasera del coche y se los llevaron. Los dos lloraban mucho y daban golpes con las manos contra los cristales del auto, yo vi que una de las mujeres les pegaba con una regla de madera en la cabeza. Al rato se hizo el silencio, no los volvimos a ver más nunca…»
Testimonio de Rafael Trujjillo León, vecino en su infancia del barrio de San Juan, Las Palmas GC.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 19 de diciembre de 2015, en el Valle de Jinámar, Telde.
Malditos, malditos y malditos.
Cada historia que leo es más terrible si cabe.
Tengo dos nietos (hermanos), que son autistas, no quiero ni pensar lo que tuvieron que pasar esas inocentes criaturas.