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Imagen: Lolita, el día de la publicación de mi tercer libro, "El viento más rebelde", sentada en el patio de las flores de su casa de Tamaraceite (Gran Canaria).
«A l’atzar agraeixo tres dons: haver nascut dona, de classe baixa i nació oprimida.
I el tèrbol atzur de ser tres voltes rebel.»
Maria-Mercè Marçal.
Y qué importa que esos hijos de gente rica digan ahora que los crímenes en nuestra familia fueron mentira? Qué importa si lo que nos regocija por dentro es que dieron su vida por un mundo mejor? De paz, justicia y amor. Me decía mi madre meses antes de partir para siempre, cuando había concejales que negaban el asesinato de mi tío el bebé Braulio, el fusilamiento de mi abuelo Pancho, la persecución que hemos sufrido desde aquel sábado 18 de julio de 1936, que solo fueron asesinados unos cientos y no miles. Mi madre se reía de todo eso, ella con su innata inteligencia emocional, su resiliencia, su empoderamiento como mujer de clase obrera, revolucionaria a su manera, lectora empedernida, se burlaba de la negación, de los profesionales de la política que se creen superiores al resto de los mortales. Por eso mi madre los venció a todos sin mover un dedo, sin llorar de pena, en un ejercicio heroico de mujer combativa hasta el último instante de su vida. Su mirada dulce, su mano aferrada a la mía tras el ictus, diciéndome que siempre estaría conmigo, que no valía la pena sufrir por aquella mediocridad tan inhumana, que más bien deberían darnos pena, tratando de ocultar la sangre evidente.
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