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Faro de Maspalomas año 1935. Foto Estudio Electro Moderno (FEDAC)
«Más de una vez les parecía lejos partir hacia Las Palmas en los viejos camiones con los reos, por lo que los asesinaban en la misma playa de Maspalomas, allí entre las Dunas siguen sus fosas comunes, hasta ahora nadie se ha interesado por ellos».
Pedro Santiago Ramírez
«(…) Cuando nos bajaron del camión entre insultos se escuchaba el mar entre las dunas, cuando nos quitaron las capuchas la luz casi me cegó, llevábamos desde muy temprano con la cara tapada para que no supiéramos volver en caso de escapar. Me llamó la atención ver a mi sobrino Andrés Bordón entre los falangistas, yo sabía que era de aquella gente pero no imaginé que ya lo tuvieran participando en el exterminio. El chiquillo que en aquel tiempo podría tener unos 25 años se me quedó mirando con media sonrisa, el resto de falangistas no sabían que era familia, porque era hijo de mi hermana Inmaculada que había venido hacía pocos meses de Fuerteventura. Lo primero que hicieron fue ponernos sachos y picos en las manos para cavar nuestra propia fosa, había un teniente de la Guardia Civil que dirigía a los falanges, le llamaban Sarasola y parecía conocer el territorio, como si no fuera la primera vez que hubieran matado y enterrado hombres en las Dunas de Maspalomas. Entre los dos grupos de los camiones del Conde seríamos unos catorce hombres, todos jornaleros de la aparcería, dirigentes sindicales, afiliados a la Federación Obrera y que habíamos participado en las huelgas de 1934-1935. El único que era de letras era yo por ser maestro escuela en los Cercados de Araña, estaba todavía en prácticas por mi juventud, cuando me detuvieron acusándome de no rezar antes y después de las clases. Esa noche dejamos las fosas casi terminadas, eran profundas, como de aproximadamente dos metros y medio y anchas, superaban los cinco metros, el viento metía arena dentro, pareciera que el misterio natural quisiera evitar nuestra inminente muerte. Cuando dormía entre vigilia y vigilia por saber que moriría al amanecer, alguien me tomó por el brazo, era mi sobrino, yo casi no lo conocía, solo recuerdo aquella celebración en su casa de Vega de Río Palma, tras la bajada de la Virgen de la Peña, fui con mi amigo, Matías López Morales, que meses después fue fusilados, el estaba muy enamorado de Rosita, una de mis primas. Allí conocí a Andrés y allí tuvimos un acalorado debate político que no llegó a la bronca, recuerdo que defendía su postura con mucha educación, Matías y yo por la experiencia y ser mayores le contestábamos con bromas sobre los generales africanistas, diciéndole que el que más sabía era analfabeto. Todo terminó bien, tomamos ron del Charco y nos comimos dos baifos asados con papas arrugadas, mojo rojo y queso. Andrés me despertó y todavía era de noche, me hizo una señal de silencio con el dedo y me sacó del grupo de reos, varios compañeros nos vieron y no dijeron nada, por un momento casi le quito la mano y le pido que me dejara para morir en paz junto a ellos, pero hay que estar en esa situación para conocer su magnitud, me levanté y tiramos para la costa, allí estaban unos pescadores de Mogán cogiendo sardinas con unas redes gigantescas, Andrés les había pagado para que me sacaran hacia el Sahara esa misma noche. Después de más de ocho horas de viaje me dejaron en una playa de piedras junto a un viejo muelle, no se veía nadie en la costa, solo me pidieron que jamás diera sus nombres…»
Testimonio de Antonio Trujillo Bordón, docente en los años del genocidio en sur de Gran Canaria.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 11 de agosto de 2013, en la barriada de Guanarteme, Las Palmas GC.
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