“Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio.»
Mario Benedetti
Las luces que salían y entraban del mar por toda la costa de Anaga, eran un misterio que venía desde los tiempos de los ancestros llegados del pasado remoto. Era de lo más natural y normal, mirar en ese preciso instante al horizonte nocturno, tener la suerte de observarlas en las noches despejadas.“
Los dioses del agua que vienen del cielo”, me dijo una vez en el 84 tomando unos vinos y conversando en Las Mercedes, Andrecito, el saltador de garrote, coleccionista de piedras raras y trozos de barro, pastor de Taganana.
Por eso desde el sábado 18 de Julio del 36 todo el mundo sabía que aquellas luces intermitentes, tan blancas, tan débiles, no eran de los seres del misterio, aquello era otra cosa más terrible, se oían gritos, llantos, lamentos, insultos y quejas.
Fueron miles los arrojados al mar por los falangistas desde San Andrés a otros pueblos costeros de esta zona de Tenerife, metiendo a los condenados en sacos con piedras dentro, “apotalados” desde las barquillas, decían los susurros populares en tiendas y bares, el caso es que muchos que se veían cada día en las calles desde siempre dejaron de verse para siempre de un día para otro.
Las luces siguen hoy en día entrando y saliendo del inmenso azul, nadie sabe desvelar esta leyenda como en Mafasca (Fuerteventura), cada cual saca sus mágicas conclusiones, piensa y fantasea con lo que puede ser algo tan extraño, lo que si se está perdiendo es la memoria del genocidio marino, tantos nombres de hombres de bien asesinados, diseminados para siempre entre la espuma de las olas.
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