6 febrero 2025

Mujeres que no están en los libros

Niños jugando en la playa de las Alcaravaneras, al fondo el Queen Mary, año 1962 (FOTO FEDAC)

«En la guerra se utilizó el cuerpo de la mujer como campo de batalla, como forma de castigar al enemigo».

Encarnación Barranquero

Comenzaba a amanecer y la brisa de la playa de las Alcaravaneras inundaba de fragancia a salitre cada esquina, un grupo de niñas avanzaba lento al colegio de don Roque, del centro de detención de la calle Luis Antúnez sacaban andando a tres mujeres, tres muchachas rapadas, con ropajes destrozados y manchados de sangre, habían soportado varios días de tortura, quizá semanas de vejaciones y violaciones, ya que a las mujeres no solo les pegaban, también las usaban para satisfacción de la tropa de Falange.

Las chiquillas se quedaron paradas mirando a las chicas que podían tener unos cinco o seis años más que ellas, también casi niñas, una muy conocida, era la hija del doctor Fierro, el médico cubano que tenía su consulta en un chalé a medio construir en la futura Ciudad Jardín, gente de dinero, pareciera que la política no entendía de clases sociales en aquel específico caso.

Un guardia de asalto ordenó a las colegialas con su uniforme gris y una cruz del Sagrado Corazón en el pecho que continuaran, a las muchachas que sacaban custodiadas de la comisaría de Falange, las metieron en un coche negro de lujo, que en la puerta del conductor llevaba el logotipo de la Elder Dempster, de Liverpool.

Las niñas se fueron aturdidas a la escuela, lo habían entendido todo, las mujeres destrozadas las trasladaban a un destino desconocido, hacia el Sur de la isla, por la carretera junto a las vías del tranvía conocido por «La Pepa».

Ya no olía a lapiceros y goma de borrar en el viejo barrio de los alcaravanes y sus cantos, ahora olía a sangre y vísceras por las brutales torturas.

Casi nadie se atrevía a preguntar que pasaba, el motivo de que tantos hombres y mujeres entraran y salieran con las manos amarradas, muchos muertos en sacos del centro de detención.

Las ventanas se cerraban ante los escalofriantes alaridos que venían desde el actual Colegio la Salle.

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