6 febrero 2025

Lágrimas de ángeles

Se calcula que durante la Guerra Civil Española y la posguerra unos 300 000 niños o bien fueron arrebatados a sus madres republicanas porque estaban encarceladas, o bien fueron tutelados porque sus madres habían muerto a manos del propio ejército franquista

“La misión de la mujer en el mundo no es luchar por la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella.»

Antonio Vallejo-Nájera, psiquiatra franquista

Sor Rosario le dijo a Carmen Brito que su niña iba a estar mejor en adopción, que le esperaban muchos años de cárcel y que sería un pecado condenar a la menor a ese sufrimiento, por eso esa misma mañana al día siguiente de dar a luz se la quitaron en la misma cama del Hospital San Martín, Menci, como la conocían en el barrio de San Roque se levantó de la cama y se cayó redonda al suelo golpeándose la cabeza contra la cabecera, allí se quedó en un charco de sangre gritando que le devolvieran a su hija, mientras las monjas trataban de levantarla y no podían por su tremendo ataque de rabia.

Tras ponerle varias inyecciones se durmió profundamente y se despertó al día siguiente por la tarde, ya no estaba en la misma habitación, la habían trasladado a la Clínica Santa Teresita en la zona del barrio de Arenales, en la cama de al lado había una mujer amarrada de pies y manos, era una chica muy joven de no más de veinte años que la miró y le dijo que mantuviera silencio, que no se quejara, que la podían matar:

-Son de la trama de robo y venta de niños, no tienes nada que hacer ya con tu niña, ya se la habrá llevado alguna familia de ricachones a la península, mantén la calma por tus otros hijos porque estos son capaces de todo, mueven millones pesetas- dijo la chica que había sido madre primeriza y que también le habían quitado al bebé esa misma mañana.

A media tarde vino un cura viejo que olía mucho a sudor, se identificó como don Pablo Reyes, párroco de la Iglesia del Pino, les ofreció confesarlas a las dos para luego darles la Comunión, Carmen se negó entre llantos y peticiones de recuperar a su niña, la otra mujer fingió dormir profundamente.

El cura se marchó y en la oficina habló con varias enfermeras y un pediatra muy conocido en Las Palmas, allí tenían centralizado el papeleo de las ventas:

-Hay que llamar a don Francisco Rubio para que nos ponga al día de las últimas operaciones- dijo el sacerdote limpiándose el sudor de la frente con un pañuelo sucio.

El médico también entrado en años lo miró sonriente con un crucifijo de oro en el pecho:

-No se preocupe don Pablo, este mes son más de trescientas ventas, habrá dinero fresquito.

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