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La última lección del maestro, Pintura de Alfonso Daniel Castelao
«En el sur tan distante quiero estar confundido. La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta; Su niebla misma ríe, risa blanca en el viento».
Luis Cernuda
El famoso falangista del sur de la isla era mayordomo personal del Conde en los inmensos tomateros, desde la noche del 18 de julio del 36 se puso en marcha siguiendo instrucciones de su «amo», juntó una cuadrilla de hombres de confianza, todos armados, pistola al cinto, casi ninguno con ropajes de Falange, preferían pasar inadvertidos, fueron casa por casa sacando detenidos para asesinarlos y desaparecerlos para siempre.
Este grupo se hizo popular por su extrema crueldad, desde el momento de la detención comenzaban a torturar, no era la típica tortura de cámara cerrada, eran pellizcos, golpes sutiles, agarrar los testículos y apretar hasta sacar sangre por el pene, violar en grupo a mujeres en un decampado, en un camino de tierra, mientras seguían con lo pantalones bajados interrogándola hasta la muerte, meter con fonil hasta la garganta aceite de ricino, gasoil o amoniaco, todo improvisado, por eso llevaban siempre los mismos coches, equipados con todo tipo de herramientas para el horror.
López Santana se sentaba cada mañana después del desayuno con el Conde en su mansión de La Data, allí estudiaban las listas negras elaboradas antes del golpe, los datos que daban los curas afines de los secretos de confesión a las mujeres de los rojos, preparaban la jornada de asesinatos, los lugares de desaparición, un día aquel pozo de Guayadeque, otro el agujero volcánico del Aguayro, la sima de Aguimes, los rajones de Morales en La Sorrueda, donde si tirabas una piedra no escuchabas el final del abismo.
Se convirtieron hasta bien entrados los años cincuenta en una Brigada implacable, por sus manos pasaron cientos de hombres y mujeres, en su mayoría asesinados, tirados al fondo de cualquier paraje remoto, desaparecidos eternamente, así hasta que crearon la constructora con dinero de los «Grandes de España», testaferros dispuestos al arrase del incipiente sector turístico isleño, muchos hoteles y complejos construidos sobre fosas comunes repletas de huesos:
-Pa tapá, pa tapá- decía el viejo usurero sonriente y medio borracho en los asaderos de su caserón en Cercados de Araña, famoso por la sospechosa presencia de niñas que no tenían nada que ver con su familia.
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