6 febrero 2025

«Todo el norte se convirtió en pocos días en un foco de todo tipo de detenciones por parte de los sublevados contra la República, allí mataron a todo aquel que pensara diferente o tuviera filiación sindical o política de izquierdas, cada agujero, incluso los que están junto a Reptilandia están repletos de muertos».

Manuel Amador Aguiar

Aquella grieta de Gáldar estaba cerca de la costa, se veía perfectamente la montaña de Ajodar en todo su esplendor, esa noche de enero de 1937 los de la Brigada había detenido muchos hombres en sus casas, unos los llevaban directos al centro de torturas de Falange en Las Palmas, cerca de la Playa de Las Alcaravenaras, aquel colegio de los curas de La Salle reconvertido en un espacio para el crimen y el sufrimiento ilimitado.

Ramón Ramos Trujillo, fue detenido en la casa de su abuela en Piso Firme, donde llevaba escondido varios meses, como fieras lo sacaron a las tres de la madrugada, entre golpes lo metieron en el vehículo cedido por el cacique inglés del norte.

El rajón donde el muchacho había cazado con podenco y hurón más de una vez, se sabía de sobra que era muy profundo, que allí quien cayera al fondo jamás saldría, su agujero de entrada era pequeño, apenas cabía un hombre agachado, pero al entrar se iba ensanchando, hasta convertirse en una especie de abismo inmenso, más de doscientos metros de profundidad, paredes afiladas que cortaban como cuchillos.

Allí llevaron a los que consideraban militantes más activos de la Sociedad Obrera Galdense, eran siete hombres, todos muy jóvenes, menos Nicasio Panadero Reyes, el escribiente mallorquín de los Leakock, afiliado desde los años veinte al partido comunista.

El joven Trujillo sabía que allí los hurones se quedaban atrapados persiguiendo los conejos, que los fieles Mustela intentaban regresar a la entrada y se perdían entre aquella inmensidad.

Por eso, al ser tan profundo, los pistoleros falangistas decidieron tirarlos vivos a todos, ni siquiera un tiro en la nuca para aliviar el dolor de la caída, la posibilidad de quedar vivos en el fondo y morir desangrados o de inanición.

No tardaron mucho en agruparnos con las manos y piernas amarradas, en fila y levantados en peso por dos falanges los tiraron uno a uno, caían como piedras al fondo entre alaridos que hacían temblar la tierra.

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