«Nuestro ideal no llega a las estrellas: es sereno, sencillo. Quisiéramos hacer miel como abejas, o tener dulce voz o fuerte grito, o fácil caminar sobre las hierbas o senos donde mamen nuestros hijos«.
Federico García Lorca
Ahora que mayo no es más que un espejismo te sigo recordando, viene de vez en cuando ese rico aroma a geranios recién regados, al incienso imposible metido en el cajón de tus papeles: funeraria, nota simple, testamento, Consejo de Guerra del abuelo Pancho, copia de mis entrevistas en periódicos, el gorrito bordado del niño Braulio manchado de sangre, tu Rosario, el viejo Libro de Familia, alguno de mis libros, desgastados de tanto leerlos, de prestarlos orgullosa a tus amigas.
Lo tenías todo preparado para mi, para cuando partieras. Sabias bien lo desastre que soy con los papeles, por eso le pusiste nombre por fuera a cada cosa, con tu letra peculiar de niña pobre, hija de obrero, que tuvo que estudiar a trompicones por tener que cuidar a sus hermanos, mientras abuelo Juan Tejera estaba encarcelado.
Fíjate Lola, que hoy me viniste aquí tan lejos, son las cinco de la mañana de esta noche calurosa de agosto, hasta el ventilador y el sueño profundo de tu adorado nieto me trae la ternura de tu recuerdo.
Aquí seguimos sin ti, me iba a levantar a escribir algo sobre tu Diego, lo que nos contaba del asesinato del niño desde la profundidad de su demencia, pero decidí quedarme un rato más en la cama, estás por ahí, lo sé, doblando a escondidas alguna sábana o ropa arrugada.
Habitas humilde, callada, a veces triste, esta memoria amordazada que también a mi me consume, acompañas mi sufrimiento, la tenue alborada de los fusilamientos, el calor indefinible de tú sonrisa.
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