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Cartel publicitario de la fábrica de cervezas "La Salud", 1935
«Había que verlos desarretados hasta las cejas de ron y vino perrero, abusando de mujeres hasta en plena calle, yendo casa por casa buscando sangre fresca, deteniendo a miles de hombres para asesinarlos, recorriendo cada rincón de la isla y se le hacía poco cada asesinato, cada maltrato hasta la muerte, eran las Brigadas del Amanecer de Falange».
Domingo Viera Santana
El pobre Juan hablaba con un forzado acento peninsular en la cervecería La Salud de Las Palmas GC, quedaba mejor con los fascistas que allí tenían un lugar de encuentro: falangistas, requetés, militares, curas viciosos con los niños, todos borrachos, con las sotanas y pantalones manchados de la sangre de los torturados en el Gabinete, de cargar cientos de cuerpos muertos cada noche en los «camiones de la carne», destrozados, envueltos en tela de saco de plátanos de los Elder y Miller, terratenientes ingleses, implicados hasta la médula en el genocidio de miles de canarios.
Hablar peninsular daba standing, era como ser atendido por una especie de camarero de primera, aunque aquellos degenerados fueran unos jediondos que no cuidaban su higiene, nada más llegar al bar todo comenzaba a apestar a sudor viejo, a mierda seca, a sangre y vísceras de su labor titánica en los crímenes masivos.
El traslado desde la comisaría de Falange de la calle Luis Antúnez hasta La Marfea, los pozos de la finca de La Noria del Conde, Guayadeque, Tenoya, Arucas, Los Giles, Tinoca…
Los hombres torturados sangraban mucho, antes de morir les habían cortado la piel, extraído las tripas, colgado por los ojos con ganchos o haciéndoles una especie de corbata, sacándoles la lengua por la tráquea tras cortarles el cuello.
Juan Tejera, se esmeraba:
-¿Qué desea el señor? Siempre a su disposición excelencia, señor Fuentes, Betancor, Barber, Samper, Garrido, Doreste, Soria, Cardona, Jiménez Sánchez, Del Castillo, Millares, Bravo de Laguna, Del Río Ayala, De Ilurdoz, Manrique de Lara…- decía con una memoria prodigiosa, se conocía todos los nombres de aquellos seres cegados de odio.
Muchos no pagaban las jarras de cerveza, las raciones de pulpo, carne cochino y papas fritas, pero Juan seguía impasible, limpiando los vasos, mientras les daba conversación, humillándose, aguantando las burlas:
-Juanito cada día pareces más maricona, un día te damos por culo entre todos pa que pruebes pollas grandes azules- le comentaban entre carcajadas escandalosas, que se escuchaban en toda la calle Canalejas.
El descanso del guerrero era la cervecería en aquellos años de crímenes de estado, pero Juan cuando llegaba a Tamaraceite de noche oscura, subía silbando como un niño pequeño el callejón donde vivía con su madre, desalado (1), era muy miedoso, temía constantemente que un día lo esperaban para rajarlo o violarlo.
(1) Ansioso, acelerado, asustado, triste en habla canaria.
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