6 febrero 2025

Mundos de Herme

Mural en una calle de Buenos Aires denunciando las torturas de la dictadura cívico militar.

“Colocaban ratas adentro de mi vagina, y luego me daban choques con electricidad. Al recibir el choque, las ratas se desesperaban y hundían sus garros en la carne de mi vagina. Se orinaban y defecaban en mi cuerpo, introduciéndome el virus toxoplasmosis. Los torturadores me violaron en muchas oportunidades, y me tocaban sexualmente, insultándome, y forzándome a tener sexo oral con ellos. Me cortaban con cuchillos; una vez me cortaron las primeras capas del vientre con un puñal y perdí mucha sangre. También me cortaron las orejas. Aún tengo las cicatrices». 

Nieves Ayress, presa política, ex miembro del MIR, Chile, 1973

Aunque su odio al comunismo era incontrolable, otra cosa fue ver aquel hombre colgado por los brazos en el centro de tortura. Hermenegildo Pérez Rosa, más conocido por «Herme el Niño», entre los miembros de Falange de Las Palmas, no pudo contener el vomito ante el «espectáculo» de la comisaría de la calle Luis Antúnez.

Era la primera sala entrando a mano derecha donde había estado hasta hace poco el despacho del padre prior del Colegio La Salle, lo que era aquel lugar poco antes del golpe fascista de 1936.

El muchacho sostenido por un gancho en el techo era muy joven, lo tenían desnudo, solo llevaba la ropa interior que fue blanca alguna vez, allí aparecía marrón por las defecaciones y roja por la sangre que chorreaba por todo su cuerpo, encima de un charco rojo y maloliente, una mezcla de colores y olores que no resistía cualquier estómago.

Alfredo Rivas, jefe de Falange en El Puerto, le iba enseñando cada dependencia como quien muestra un museo del horror, en cada sala uno o varios hombres sobre mesas de tortura, algunos ya muertos ahorcados, otros colgados por los ojos con garfios de los que se usaban en el Muelle Pesquero, utilizados para colgar los peces de gran tamaño.

Llegó un momento en que el desquiciado Herme se apoyó mareado con sus dos manos contra la pared, entre la risas de Rivas y varios falangistas más ocupados en las tareas de tortura:

-Aquí no paramos compadre, trabajamos de la mañana a la noche, hasta de madrugada, sacamos mucha información, aunque la mayoría no hablan hasta la muerte- le dijo mientras encendía un cigarro Virginio.

El joven falangista se dirigió a la puerta de salida tambaleándose, adentro el olor, los alaridos de dolor de decenas de hombres y mujeres torturadas, no aguantó cuando en la planta alta vio los tres camastros con varias chicas atadas con las piernas abiertas semiinconscientes, era el espacio para la violación múltiple, con botellas vacías de ron por el suelo, mucha suciedad, una jaula con ratas enormes, negras como tizones, dispuestas a devorar el interior de cada vagina.

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