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«(…) La historia nos brindó la oportunidad de conocer la naturaleza humana quizá como ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es quien ha inventado las cámaras de gas, pero también el que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración…»
Viktor Frankl (El hombre en busca de sentido)
Las hijas de la marquesa salían por la tarde, sobre las seis, con sus mejores galas, muy perfumadas y aseadas, al paseo con sus dos amigas alemanas, se sacaban fotos junto a los jardines de las hortensias, todo el mundo sabía que eran del partido nazi, al igual que la princesa Sofía de Grecia y sus hermanos.
Aquella realeza caduca y cruel se rodeaba de gentuza con las manos manchadas de sangre, las madres y las hijas de los hombres del Frente Popular desaparecidos las miraban pasar con cara de tristeza y desconsuelo, como si esperaran que en algún momento se apiadaran de su atávico dolor, ese que se llevaba en lo más profundo del corazón, allí incrustado como una daga, donde no hay remedio, ni una mínima brizna de esperanza, así y todo alguna vez surgía la inverosímil posibilidad de verlos aparecer de repente, vivos, intactos, regresando felices de los pozos y agujeros volcánicos, donde los habían arrojado cualquier madrugada con un tiro en la nuca.
A las niñas bien los obreros no podían mirarlas, agachaban la cabeza a su paso, por si cualquier falangista que las custodiaba a cierta distancia los veía, no en vano algún muchacho jornalero se despistó y les miró las pantorrillas con disimulo, alzando la vista unos segundos, costándole un brutal culatazo de fusil en su cabeza, o ser llevado a las plataneras para meterle una paliza tan fuerte que si sobrevivía no podía caminar durante meses.
Era de sobra conocido que muchos de los crímenes fascistas en aquel rincón de la isla eran ordenados por aquella familia de “grandes de España”, buscaban a las muchachas más bellas para que les sirvieran en condiciones de semi esclavitud, obligándolas a lucir disfraces ridículos en las fiestas de la mansión del parque de Las Brujas y acostarse con los señoritos borrachos como cubas, todo a cambio de comida y algunas escasas monedas para su familia, en aquellos tiempos de hambre y pobreza extrema.
Las chicas nazis no fallaban cada invierno, huyendo del frío centroeuropeo, a veces salían con sus uniformes, unas de Falange, otras de la Hitlerjugend, parecían desfilar con aire marcial, pero solo era su forma de andar, recorrían el pueblo, tropezándose más de una vez entre risas y diversión con las viudas y huérfanas de los cientos de asesinados.
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