«(…) Las Palmas fue la única capital de provincia de toda España donde Franco no fue recibido por el obispo titular, ni hubo entrada bajo palio en el recinto catedralicio, ni ocupó sitial alguno en el altar mayor –privilegios que los Acuerdos concedían al Jefe del Estado–. Es más, durante la visita oficial que éste hizo a Las Palmas, el 26 de octubre de 1950, las puertas de la catedral permanecieron cerradas. Un hecho insólito en el historial del nuevo régimen que ocuparía titulares en toda la prensa internacional…»
Ana Sharife
Era 1965 cuando el obispo Antonio Pildaín Zapiáin, que libró a tantos del premeditado asesinato visitó de nuevo Agaete, muchos de los que cometieron los horrendos crímenes se arrodillaron ante él, le besaron el anillo, sonreían fiesteros, oliéndole el aliento a ron blanco aldeano, cuando tan solo veintiocho años antes se llevaron de madrugada a veintiocho hombres de la vecindad de enfrente y dos del pueblo, en los coches de Falange cedidos por los caciques agrícolas ingleses para torturarlos y asesinarlos salvajemente.
El obispo por casualidad se enteró en abril del 37 por confidencia de una de las viudas que se le acercó para la bendición, de que esa noche iban a sacar de sus casas en el mismo valle de San Pedro a cuarenta y cinco más, entre ellos cuatro mujeres, que iban a ser vejadas antes de ser asesinadas en las comisarías de la cale Luis Antúnez (Colegio La Salle) y el Gabinete Literario en Las Palmas.
Gracias a su mediación llamando inmediatamente a capitulo al cura párroco de Las Nieves y al jefe de Falange, evitó esa nueva matanza de gente inocente, de personas que tan solo habían defendido sus derechos laborales en condiciones de semi esclavitud, trabajando de sol a a sol en las tierras de los dueños de la isla.
La visita del 65 rondó el peloteo, solo faltó que lo metieran entre genuflexiones absurdas bajo palio en la iglesia del pueblo, a lo que él se negó como vasco de derechas pero con principios morales humanistas, hombre sencillo que era, abrumado entre las risas, las bromas, el enyesque (1) que le hicieron en el Casino aquellos nazis del pueblo, contrastó con las miradas tristes de las viudas y los huérfanos que ya sabían que sus seres queridos estaban en el fondo de la Sima de Jinámar.
(1) Pequeña porción de alimento que se sirve como acompañamiento de bebida, parece proceder de la palabra yesca (del lat. esca comida, alimento).
Más historias
Lola en su laberinto
Silencio de padre
Recortada