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Agua corriendo bajo el Puente Verdugo, Barranco del Guiniguada, 1940. Fedac
«En el río Mapocho
Mueren los gatos
Y en el medio del agua
Tiran los sacos,
Pero en las poblaciones
Con la tormenta
Hombres, perros y gatos
Es la misma fiesta…»
Víctor Jara, El río Mapocho
A la altura de Utiaca el Guiniguada se tornaba en río, el agua rabiosa de lado a lado del cauce traía de todo: animales muertos, hasta vacas y caballos, carros, restos de techumbres de cualquier casa perdida en las entrañas de la isla desangrada, árboles gigantes arrancados de raíz por las violentas barranqueras de aquel hermoso líquido marrón.
Ese invierno del 36 llovió más que nunca; y se vieron muchos cuerpos flotando, arrastrados por la corriente a toda velocidad hacia Vegueta, hacia el mar bajo el Puente Palo, gente humilde asesinada, torturada salvajemente en cualquier pago, el tributo a la muerte de aquellas bestias de azul, la venganza caciquil sobre quienes lucharon defendiendo sus derechos desde principios de los años 20.
Mujeres y hombres acostumbrados al sufrimiento, al maltrato, a la semi esclavitud, al trabajo de sol a sol, al brutal derecho de pernada, a las zafras de fusta y sangre por unas míseras monedas, a los abusos desmedidos de los que se consideraban dueños de la isla, una especie de señores feudales con trajes caros y monóculos, tras la dura derrota de la heroica resistencia indígena.
Esa tarde Facundo Hiedra y su hija Dolores, vieron desde la casa cueva del Barranco La Mina bajar el terror entre la turbulencia generada por la lluvia más primitiva, la que caía sobre el Archipiélago cuando llegaron los primeros pobladores desde el norte de África 3.000 años antes, una tormenta imparable que envolvía cada rostro desencajado en una nebulosa líquida, de barro ancestral, entre la humareda de la niebla de la extinta Selva Doramas.
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