6 febrero 2025

Dignidad de Maribel Castro

La maestra burgalesa Casilda Quintana Calzada, con su marido y sus hijos. Ella era la maestra de San Llorente de Losa. Su pecado querer comenzar el curso en septiembre, como todos los años. Al abrir la escuela la estaban esperando. Fue detenida, encarcelada y fusilada posiblemente ese mismo mes... - Foto: DB

La dictadura franquista fusiló a centenares de maestr@s a quienes apartó de la docencia, tras la purga dirigida por el escritor falangista José María Pemán, quien llegó a proclamar: “mueran los malos intelectuales”.

Paco Vigueras

A Miguel Jiménez Artiles compañero del alma compañero.

La pobre Maribel, cuando vio las caras de los falangistas que la fueron a buscar de madrugada en la casa de los maestros de Agüimes que estaba en la trasera de la iglesia de San Sebastián, reconoció a dos de los falangistas, eran jóvenes a las que ella le había dado clase apenas unos años antes en la escuelita del pueblo, malos alumnos, de familias empobrecidas, pero buenas personas en el tiempo que estuvieron bajo su tutela pedagógica, tenía mucha amistad con sus padres a los que recibía cada jueves por la tarde para contarles como iban los chiquillos.

Los dos aprendices de nazis se quedaron sorprendidos cuando la vieron abrir la puerta, vivía sola, su marido, Antonio Juan Molina, que era albañil, había fallecido meses antes de tifus, tuvieron que obedecer las órdenes del hijo de los Melián, que les pidió que la amarraran con las manos a la espalda con verguillas, la maestra republicana tenía el doce de julio del 37 treinta y ocho años.

El pequeño camión del Conde de la Vega Grande iba cargado de hombres, ella era la única mujer, aparceros en su mayoría, jornaleros que estaban afiliados a la Federación Obrera y a la CNT, no habían hecho nada, tan solo eran obreros humildes que habían participado en varias huelgas contra la explotación y las malas condiciones de vida, la rutina habitual de quienes trabajaban como esclavos de sol al sol en aquellos paramos del sureste de Gran Canaria.

Fueron directos a la Sima, no sin antes parar en un alpendre El Burrero para violarla en grupo, no tenían suficiente con arrojarla al abismo de la Sima de Jinámar, sino que tenían que generarle todo el sufrimiento posible. La profesora tan querida por la gente de Guayadeque y de la Villa aunque no fuera nunca a misa, se vio humillada, le metieron aceite de ricino con un fonil clavado hasta la garganta, la raparon, todo en la misma madrugada, para luego violarla en manada salvajemente.

Ella no decía nada, tan solo pensaba en los años que llegó de Tunte después de estudiar en La Laguna, inexperta, con apenas veinte años, para encontrarse con niñas y niños que solo habían pasado por las manos de los curas que no enseñaban más que catecismo, miedo al diablo, abusos sexuales y culpabilización por haber pecado no se sabe como ni porqué.

Introdujo otra forma de educar, no separaba por sexos, los sentaba juntos, los pupitres estaban colocados en círculo, todos se veían las caras y Maribel era una más, delgada, morena, pelo largo recogido, la que coordinaba aquella especie de nave espacial de aprendizaje. Los sacaba al campo se iban por los viejos senderos de los antiguos canarios a conocer la flora endémica, las cuevas de los ancestros, daba clases debajo de una palmera, sentados en el suelo, «sintiendo la tierra descalzos», como les decía:

-Cierren los ojos chiquillos y chiquillas, respiren hondo, esto es una isla que a unos kilómetros debajo de ustedes tiene venas y sangre volcánica, sientan, relájense que vamos a soñar-

Cuando la tiraron a la chimenea volcánica estaba medio desnuda, abusada, humillada, oliendo a vómito por el veneno en su estómago, destrozada por aquellos viles personajes, miró a los ojos de sus antiguos alumnos con una sonrisa de muerte antes de caer, sus pupilos no entendían nada, les daba mucha pena ver a su respetada maestra en ese estado, pero de alguna forma les dio tranquilidad su mirada con aquellos ojos brillantes donde se reflejaba el sol de un amanecer perdido.

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