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Matías López Hernández y Matías López Morales en 1925
«Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué».
Eduardo Galeano
Una gran mayoría no entiende la lucha por rescatar la memoria, el temblor en la piel, la emoción ante la posibilidad de recuperar cada resto de donde siguen olvidados, bajo los escombros de cualquiera de las miles de fosas comunes.
Matías López, en la foto, jugó una partida de ajedrez con uno de los militares que lo custodiaba en el Castillo de San Francisco en Las Palmas dos horas antes de su fusilamiento, tuvo tiempo de escribir una carta para despedirse de su familia y de la clase obrera canaria y mundial; con entereza avanzó hacia el paredón junto a cuatro compañeros más, entre ellos mi abuelo Francisco, estos hombres fueron acribillados a las cuatro de la tarde del lunes 29 de marzo de 1937.
Su entereza puede dar alguna pista a quienes ven la memoria como algo pasado de moda, que hay que enterrar para siempre todo lo sucedido bajo mantos de olvido.
Quizá la historia de este joven artista majorero sirva para que nos entiendan, que esto es de antes y de ahora, que no tratamos solo de recuperar unos huesos sino sus ideas, que nos importa igual su ejemplo que el desahucio de una familia humilde en nuestros días, que si desaparece para siempre ese recuerdo se saldrán con la suya, esos que en pleno 2022 siguen empeñados en que no quede ni un resquicio de todo lo sucedido tras el golpe fascista aquel 18 de julio del 36.
Tanto esfuerzo en tapar crímenes de estado será por algo, también pretenden sepultar para siempre trescientos mil niñas y niños robados, miles de millones en propiedades saqueadas, como se forraron con mano de obra esclava de los presos políticos. Su interés está manchado de sangre y corruptelas, el nuestro es sencillamente por amor, por lo mismo que acabaron bajo tierra quienes creyeron hasta el final en un mundo mejor.
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