«Los sentaba en circulo en la escuelita, salían mucho por el barranco y hablaban bajo los árboles de la historia de los antiguos, de las flores, de las costumbres ancestrales».
Antoñito Santana Flores
Bajo aquel cielo de estrellas del barranco de Silva en Telde, Facundita Cabrera, lloraba cuando en el cuarto aparcero le pusieron las vendas sucias en los muñones de sus manos amputadas, lo que más dolía curiosamente no eran las cicatrices del corte preciso a la altura de las finas muñecas, sino los latidos profundos en los brazos de la periodista y maestra nacida en Tunte, eran heridas provocadas por el machete en la mano del hijo mayor de los Melianes que de la borrachera le temblaba el pulso.
La tuvieron media muerta en aquel viejo alpendre con fiebres tan altas que le hicieron estallar los labios, agonizar durante días sin agua ni comida hasta que la gangrena de la infección se la llevó para siempre.
Su cuerpo lo tiraron en el primer pozo del barranco de Guayadeque subiendo desde Agüimes, estaba tan desnutrida que su cuerpo era un guiñapo triste de piel y hueso, también arrojaron los libros de Lorca y Whitman, ese escrito en inglés, ambos parecían ser parte del interior del humilde bolso de tela de saco, desde esa profundidad no ha dejado de sacarse agua para agricultura y consumo humano todos estos años, de alguna forma Cundita vive en los genes de parte de un pueblo humilde y alienado, destrozado, masacrado desde la zona más oscura de la historia.
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