«(…) Oh sal, oh percutora
de los labios que besan y sonríen,
oh blanquísimo trigo de la mar…»
Pedro García Cabrera
-Sube al puto barco “Carraca”- le dijo el falangista Zerolo al joven mecánico anarquista de abuelos herreños, Santiago Padrón.
Se conocían de años del fútbol, el fascista era directivo del CD Marino desde su fundación en 1933, pero se habían tratado mucho tiempo antes, cuando coincidían jugando a partir de 1917 en Los Cristianos partidos interminables, mañana y tarde, en una eterna revancha que parecía no concluir jamás.Lo detuvieron saliendo de la casa de su madre en el pueblo pesquero de la Costa del Silencio, el Ten Bel donde apenas vivían en el 36 menos de veinte familias.
Lo trajeron en un coche negro de Fyffes, el amo inglés, dueño de media isla. Amarrado con una cadena de hierro muy apretada a su cuello como si fuera un perro.
Desde que lo metieron en la cubierta sintió bajo sus pies descalzos un líquido rojo y pegajoso, que no era más que la sangre de los cinco muchachos que tenían maniatados de pies y manos en el suelo sucio de la proa.
Identificó a tres que eran vecinos también del municipio de Arona, uno muy alto y fuerte del equipo de lucha canaria, el resto, casi chiquillos, tenían uniforme militar y los habían traído esa misma noche de Santa Cruz en el mismo auto.
Los chicos estaban muy tocados por la tortura de varios días y noches, uno con acento de Las Palmas con la mandíbula rota pedía llorando que por favor lo mataran ya. Zerolo le contestó encendiendo un habano con la fina elegancia de la gente rica que lo caracterizaba, el impecable, limpio, bien planchado, uniforme de jefe de Falange:
-Tranquilo maricona, deshonra del ejército, ahora te refrescamos en la marea-
Como a cinco kilómetros de la costa en un mar en calma donde todavía se reflejaban las estrellas y se escuchaba el chillido de algún delfín juguetón los metieron en los sacos utilizados para los racimos de plátanos, en posición fetal sintieron como introducían grandes piedras, cerrándolos desde el exterior con fuertes sogas de pitera.
Solo Padrón, que era el más entero, se resistió e insultó a los nazis llamándolos cobardes, cagándose en su puta madre, a lo que Zerolo reaccionó enérgicamente, ordenando que sacaran uno de los gatos callejeros que tenían heridos, enjaulados en la popa y lo metieran en el saco, no sin antes enrabietarlo quemándole los testiculos con una yesca de fuego.
Al futbolista lo tiraron primero hundiéndose en segundos entre el escándalo de los maullidos desesperados del felino que le destrozaba la cara con las garras, luego al resto que apenas se resistía, solo algún llanto o rezo susurrante entre el brutal apotalamiento, uno a uno como en un sagrado ritual, arrojados por la borda ante la mirada asombrada del patrón del barco atunero que nunca había presenciado escena tan cruel.
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