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«Como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir.»
Federico García Lorca
El 16 de agosto de 1936, los fascistas de Falange se llevaron para fusilarlo a Federico García Lorca, llevaba siete días refugiado en la casa de los Rosales (Granada), el hogar de un amigo de la gente rica andaluza, de la que a pesar de su ideología conservadora no compartía el brutal genocidio iniciado por la criminal derecha española.
Federico no opuso resistencia, se dejó llevar con las manos atadas a la espalda, las mismas manos que sembraron el mundo de poesía universal y de ternura, llevaba una chaqueta de pijama y un traje oscuro cuando lanzándole improperios homófobos y burlas por su condición sexual lo metieron en el coche negro directo al fusilamiento, ante el mismo pelotón que asesinó a miles de inocentes tan solo por pensar diferente, por ser poeta del pueblo, teatrero y promotor de las vanguardistas “Misiones pedagógicas, aquella locura maravillosa de llevar educación y cultura al pueblo trabajador esclavizado, condenado a la explotación, la ignorancia, el derecho de pernada y los abusos sexuales de los curas a los niños.
Lorca partió cabeza gacha, pensando en no se sabe qué, tal vez en los próximos poemas, escritos a la sombra de una gigantesca higuera antigua, entre vino y rosas junto al amor de su vida.
Por eso cada aniversario de la detención del poeta, desde que mi tía-abuela Rosa García, rapada, violada y torturada por los fascistas en Tamaraceite, Gran Canaria, por salir a la calle junto a varias compañeras con vestido rojo y banderas de la U.H.P el sábado 18 de julio del 36, recuerdo cuando aquella mujer tan buena y sufrida me mostró en mi infancia su poesía, me la leyó entre susurros.
Aquel libro viejo, destrozado, lo tenía oculto envuelto en papel de cartucho sobre el ropero de la humilde casa de El Puente, junto a la Ermita de La Mayordomía. Jamás olvidaré cada estrofa acariciando la piel de mi alma.
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