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Imagende la red
«El fascismo es capitalismo en descomposición»
Vladimir Ilich Ulianov
Lo que hacía el viejo Tonono Marrero era agachar la cabeza cuando pasaba por la acera de la comisaría en la calle Luis Antúnez de Las Palmas, la agachaba por miedo a que alguien lo conociera y ya habían pasado más de treinta años de cuando torturaba y asesinaba a cientos de hombres. Aquellos tiempos «gloriosos» de Santa Cruzada, cuando se juntaba con Pedro Samper, Juan Pintona, Eufemiano Fuentes, Francisco Rubio, Antonio Samsó, Juan del Río Ayala, Alfredo Rivas y algunos nazis más, dedicándose a rajar con navajas de afeitar a quienes cayeran en sus manos, a otros los ahorcaban o los colgaban por los ojos con ganchos para el pescado, allí mismo, dentro del recinto que hasta hacía pocos meses antes del golpe del 36 era un colegio de curas, La Salle, que fue cedido por la Diocesis y el obispapo como centro de detención y maltrato a la Falange canaria.
Tonono, llevaba dentro mucho remordimiento, veía rostros conocidos de personas que se le cruzaban por la calle, reconocía en su delirio muchas veces las caras desencajadas de los muchachos asesinados, de las chicas violadas hasta la muerte en el cuarto del segundo piso, el que daba para la azotea, donde un camastro sucio con colchón de paja servía para los abusos sexuales en grupo, decenas de falangistas haciendo cola para violar y humillar, para las ratas en las vaginas, chicas cuyo único delito era tener algo que ver con la República, con las fuerzas de izquierda, con algún sindicato, con la cultura o simplemente ser novia, esposa, hija o nieta, de cualquiera de los detenidos y asesinados.
El viejo Marrero recorría todos los días el camino desde el barrio de Guanarteme hasta Ciudad Jardín, donde vivía su hija, casada con un militar peninsular, capitán de La Legión, trataba de echar por otra ruta, pero aunque no quisiera de repente allí estaba el edificio de la muerte, por el que pasaron miles de asesinados, el mayor centro del horros de la ciudad junto al Gabinete Literario, el sitio donde sacaban a los muertos envueltos en mantas y sacos de plátanos para meterlos en camiones y tirarlos en algún agujero o directamente al mar, el lugar donde Marrero Umpierrez se hizo hombre, donde en menos de cinco años envejeció más de cuarenta años, el espacio del terror, donde se caminaba entre sangre y vísceras, las tripas de los rajados, de los destrozados por la furia española, la de los criminales que ejecutaron las órdenes de los generales: «generar el máximo terror en el menor tiempo posible, follarse a las mujeres de los republicanos, demostrarles quienes son los hombres de verdad».
En uno de esos recorridos Tonono se encontró con una mujer mayor vestida de negro en un luto eterno, se cruzaron delante de la playa de Las Alcaravaneras, ese día el mar estaba muy bravo, el viento hacía que las gotitas saladas les untaran la cara y los labios. La señora lo miró y le dijo:
-¡Marrero asesino, mataste a mi niño!-
Lo gritó con una voz rota, ronca, de persona a la que le queda muy poca vida, el anciano requeté se quedó paralizado, le temblaban las piernas ante aquella frágil dama enlutada, notó que se le salían los orines calentándole los muslos, el corazón se le salía por la boca agarrándose a la pared del Bar Vigo, la señora lo persiguió encorvada y lo señaló con su bastón de madera:
-Te vas a morir podrido, ahogado en sangre criminal-
Tonono, corrió como pudo, como alma que lleva al diablo arrastrando sus piernas, su hija le abrió la puerta y se cayó redondo en la entrada de la verja del jardín, lloraba como un niño, berreaba algo ininteligible:
-Quiero morirme ya Mariola, quiero morirme, que me llevé el Señor o el diablo, pero ya no puedo seguir viviendo así-
La joven lo miró, parecía un esqueleto, una especie de muñeco roto con la entrepierna mojada, olía a miedo, al mismo que le infrigió a tantos cuando se creía un verdadero patriota, el dueño del mundo con el yugo y las flechas brillando en su pecho.
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