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Ilustración: María Carolina Ramírez en Bakanica (2014)
«(…) Es imposible domarlo
Desconoce la amistad
Es un caballo en la sangre
Que te reventará…»
Miguel Ríos
El frío de aquel invierno del 87 azotaba los árboles de la Iglesia y cada arbusto revuelto de los jardines de la Casa de Schamann, días de intensa lluvia y una tristeza que parecía atravesarte el alma.
Fue esa mañana muy temprano cuando todavía despertándome, sacando las llaves del portalón del centro juvenil cuando lo vi allí acurrucado, no era la primera vez que me lo encontraba sobre los cartones y la vieja manta de embalaje, pero ese día fue distinto.
De alguna forma desconocida sentí bajo la llovizna helada que no era solo sueño reparador, lo descubrí en sus ojos abiertos que parecían mirarme fijamente, su brazo con la aguja todavía clavada, el líquido del viaje de la dama blanca dentro de la jeringa mezclado con su propia sangre.
Era su última madrugada, no había móviles, llamé a Emergencias desde el teléfono fijo tras pasar con infinito respeto sobre su cuerpo.
Miles cayeron en aquellos años, donde las Comisarías distribuían la alienación de pibas y pibes que suponían un peligro de lucha y cambio social para el podrido y renovado Régimen.
Jamás olvidaré esa nublada mañana, ahora que los instrumentos para destruir conciencias se han sofisticado tanto.
Hay tantas formas de matar.
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