«A su sombra pasamos los días de hambre sentados y los pájaros parecían observarnos tristes como si fuéramos seres sin esperanza».
Ana Luisa Noda
Los dragos de las laderas y los riscos del barranco de Tamaraceite que desemboca en Guanarteme estaban allí intactos durante siglos hasta que en los años 50 los talaron no se sabe bien porqué.
Cuando florecían en algún solsticio favorable se llenaban de millones de abejas que venían hasta de las otras islas atravesando el furioso mar. Todo se convertía en un sonoro ritual ante el zumbido masivo que se podía escuchar desde más allá de la Playa de Triana, incluso las gigantescas anguilas de los charcos donde nadábamos en su agua limpia y fría que volvían presurosas desde el mar de los Sargazos, al lugar exacto donde nacieron, asomaban sus cabecitas para contemplar aquel maravilloso espectáculo.
-Buen augurio- decían los más viejos, herederos directos de los indígenas, niños felices de antes de llegar de más allá del horizonte los malvados hombres de hierro, correteando inocentes con las cabras entre su savia rojiza de dragones silenciosos, dormidos, esperando el instante milenario del despertar.
Las semillas se las comían los cuervos igual que las de las sabinas y en su digestión las fermentaban regando la isla de aquellos diminutos retoños aprendices de seres mágicos.
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