Foto: Eduardo Robayna
«Que se quede el infinito sin estrellas…»
De las pocas veces que fue a verlo a la clínica, ese día les hacía una entrevista para Diario Público, Edu Robayna, sobre la historia de mi familia y la represión del franquismo en Canarias, corría un invierno frío, principios de 2018. El final estaba cerca, ella lo sabía, quizá él con su memoria truncada y confundida también. Lo quería recordar como era cuando se enamoraron en Tamaraceite, casi niños, como los más de sesenta años juntos en una cotidianidad repleta de recuerdos eternos.
Al llegar les cambió la cara, un beso en los labios en aquel pasillo frío de La Cajal. Ese olor de hospital, alguna humanidad, también caras serias, batas blancas, un ecosistema de vocación y decepciones.
Estuvieron juntos de la mano el tiempo que pudieron reencontrarse, la entrevista era lo de menos. Lo verdaderamente importante era aquella comunicación extraña de miradas y gestos. El amor infinito. Dolor, cuerpos víctimas del paso inexorable del tiempo. Lola y Diego. Un corazón grabado en el tronco del acebuche centenario bajo la lluvia del sueño.
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