En la finca de La Noria en Jinámar, también asesinaron a un grupo de esclavos por orden del amo, en esa fosa común hay más de cien hombres acribillados a balazos, todos destrozados por los trabajos de sol a sol, por las palizas de los cabos de vara.
Antoñito Martel Robayna
«(…) El Conde dio la orden directa de que los asesinaran antes del amanecer, los anarquistas catalanes, trabajadores esclavos en Pasito Blanco, habían sido hasta dos años antes, funcionarios de Correos en Las Palmas. Vivían desnutridos a pan y agua o el rancho que solo era un liquido apestoso lleno de chinches muertos. Trabajaban de sol a sol en las tierras de aquellos criminales. Al que llamaba todo el mundo «el amo», le jodía mucho que estos hombres no agacharan la cabeza, no le rindieran pleitesía a esta nobleza caduca, «grandes de España» los llaman y no son más que escoria que se folla a nuestras mujeres desde hace siglos ejerciendo el «Derecho de pernada». Son basura como todos los reyes y Borbones, tienen la misma sangre, la sangre azul fascista, la que ha llenado España de cunetas y fosas comunes con los cuerpos de lo mejor de nuestro pueblo. Yo vi como los sacaban aquella mañana de los barracones, allí estaban junto a los otros esclavos, hombres flacos, piel y hueso, acostumbrados a llevarse leña de los encargados de los tomateros, golpes brutales con las varas de acebuche o las cañas más duras por parte de aquellos criminales al servicio del Condado. Los muchachos sabían que los iban a matar desde el momento en que les amarraron las manos a la espalda, daba miedo verlos tan tranquilos, como si ya todo les diera igual, tal vez la muerte era un alivio ante un sufrimiento indefinible, tenían los huesos de las caderas pegados a la ropa, parecían agujas de lo flacos que estaban. Luego vino Santiago Lopez Santana, que eran el encargado jefe de las tierras de aquellos malditos herederos de los sanguinarios conquistadores de la isla. Los llevaron a la explanada de Cuesta La Arena y la antigua El Hornillo, hoy conocida como de Pasito Blanco, pero antes les obligaron a cavar su propia fosa, los pobres se caían con el sacho en las manos, casi no lo podían levantar. Nosotros mirábamos desde el otro lado del cercado desalados y a la vez con mucha rabia, no podíamos parar de trabajar, las compañeras aparceras lloraban de pena, incluso la pobre Luisa Monroy que no paraba de llorar, tenía una relación con Jordi Busquets, uno de aquellos chiquillos, porque eran chiquillos, no pasaban de los veinte años, todos eran de la CNT, seguidores de Buenaventura Durruti, hombres buenos que jamás le harían daño a nadie. Entonces López Santana dio la orden de que se arrodillaran ante la fosa, el Conde miraba desde la carretera de tierra a unos doscientos metros dentro de un cadillac blanco. Los pistoleros le pusieron las Astras en la nuca, a la orden de fuego descargaron todo el plomo en sus cabezas, cayeron redondos a la fosa común de menos de metro y medio de profundidad. Entonces nos miraron riendo, no querían trabajar, nos obligaron a echar la tierra encima de sus cuerpos ensangrentados, Ferran todavía estaba vivo, tenía convulsiones, nos miraba, nosotros llorando lo enterramos todavía vivo para aliviarle aquel dolor. Allí siguen tantos años después, ni una institución canaria o catalana ha querido saber nada de estos hombres, en los 90 lo intentamos hablando con gente del PSUC que tenían diputados en la Generalitat, pero hasta la fecha nada de nada, aquí es imposible, los políticos canarios de todos los partidos están al servicio de lo herederos del fascismo…»
Testimonio de Damián Bordón Santiago, aparcero en el Sur de Gran Canaria, entre los años 1921-1944.
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