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Angustia 8 Fotogramas del filme, que narra cómo un alcalde de Mijas se ocultó de los franquistas durante años en un hueco de la pared de su casa
«Junto a los seiscientos mil muertos y a los quinientos mil que lograron escapar por las fronteras, miles y miles de españoles vivieron algún tiempo huidos por el miedo a lo que estaba ocurriendo en aquella feroz represión».
Torbado y Leguineche, autores de ‘Los topos’
El recinto era tan pequeño que tenía que dormir engruñado, las piernas tan largas de sus casi metro noventa le impedían estirarse en aquel agujero, un espacio de humedad que antes del 36 era una humilde bodega de Los Hoyos en Tafira, donde Domingo Umpierrez ponía las botellas de vino Lentiscal. En aquella oscuridad se dedicaba a leer con velas, Soledad Carrasco, su madrastra, le traía los libros que iba encontrando en las restringidas librerías de Las Palmas, publicaciones de Benito Pérez Galdós, algo de Becker, Quevedo, Calderón de la Barca o a veces y con mucho esfuerzo los textos de Tolstoy, que también estaban prohibidos por haber nacido en Yasnaya Polyana de la gran Rusia.
Ávido devoraba hoja por hoja aunque tuvieran más de mil páginas, se las leía en un par de días, no distinguía la noche del día, perdió el concepto del tiempo desde que el reloj de cuerda de su abuelo Ramón Toledo se paró no se sabe por que laxo del demonio, desde aquel instante para el pobre Domi el tiempo no existía, tampoco el espacio, el mayor problema era la ansiedad que no se quitaba ni con la tila que tomaba varias veces al día, calentándola en el fogón de petróleo con el agua que corría debajo de su escondite, una quemazón interior en la que sentía que su cuerpo podía explosionar en cualquier momento entre la desesperación, respiraba, respiraba, respiraba, hacía que el oxigeno penetrara en sus pulmones, pero tardaba en quitarse la tremenda angustia, afuera solo se escuchaba el ruido de los camiones que salían para Las Palmas cargados de uvas, el olor del gasoil, las voces de los hombres, hasta algún:
-Mi amo lo que usted mande, estoy a su servicio- que decía su hermano Luis al cacique don Fernando Bravo de Laguna, testaferro de aquellas tierras y fincas gigantescas propiedad de la familia Fuentes o del Conde de la Vega Grande.
Su hermana cuando fueron a buscarlo de madrugada para llevárselo y asesinarlo logró esconderlo, meterlo a la fuerza en el zulo, porque Domingo quería enfrentarse a los falangistas:-Yo los mato a piñas, no me hacen falta pistolas- le dijo.
Luisa lo abrazó, lo tranquilizó cuando se escuchaba el sonido de las botas de los pistoleros falangistas bajando la explanada de la hacienda, lo introdujo en el agujero mientras le daba un beso tierno en la mejilla:
-Tranquilo mi niño aquí podrás sobrevivir, tranquilo, lo importante es que no te detengan estos criminales-Así pasaron los días, los meses, Domingo supo que era la primera Navidad cuando escuchó los cantos, el fin de año por los voladores (1), el estruendo de celebración del 31 de diciembre del 37 de la Santa Cruzada, la liberación de las hordas rojas en todo el territorio canario, asesinando impunemente a más de cinco mil republicanos.
Al decimo año ya Domingo era parte del habitáculo, no había ansiedad, solo tristeza, ansias por leer todo lo que le trajeran, hasta los periódicos de Falange donde el jefe provincial de prensa y propaganda, diseñaba los mensajes y campañas de la organización nazi-fascista, le gustaba leerlo pensando en los traidores, aquellos que se habían afiliado con la excusa de salvar sus vidas, mientras miles de camaradas estaban siendo asesinados en aquel preciso momento sin vender sus ideas al mejor postor.
Había días en que había un menú especial, sobre todo en las navidades, algo de carne cochino, papas arrugadas, los restos del sancocho, la pella de gofio, el mojo picón que preparaba Mari Pino, la hija de Soledad, ese que le hacía beberse dos litros de agua al día.
El silencio era lo habitual, cada día se oían menos conversaciones, lo que fue su casa, su espacio de lucha defendiendo los derechos sindicales de los explotados no era más que una absurda caricatura, como las que hacía el famoso dibujante valenciano, Vicente Miguel Carceller, que tanto admiraba, el que fue fusilado en el paredón de Paterna, sin perderse ninguna de sus publicaciones que llegaban a la isla seis o siete meses después de su edición.-Que valiente, como ridiculizó y humilló a esos hijos de puta fascistas- pensaba.
Una tarde del 19 de octubre de 1959 sintió que su cuerpo se helaba a pesar del calor, recibió la noticia de la muerte de su amigo íntimo, Juan García «El Corredera», ejecutado a garrote vil tras tantos años evadido, incluso llegó a pensar más de una vez:
-Un día me visita, se mete aquí conmigo y me abraza, me cuenta sus andanzas por esos montes infinitos oliendo a romero y retama.
Ese día dejó de querer seguir viviendo, se apagó como una flor marchita, sin poder estirar las piernas, sin capacidad para caminar, enterrado en la antesala del infierno.
(1) Fuego de artificio.
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