“…Cachetero Dolla, sicarios satánicos tiñen blancas olas de rojo y de llanto… No oiga tu sirena en más negras noches, ni crueles cometas a muerte convoquen. No cargues de guerras fusiles feroces, ni yugos ni flechas que ideas ahoguen… ¡Sedienta panchona, rascacio execrable, manchaste las rocas con sangre de padres!”
Francisco Tarajano (Correíllo «La Palma»)
«(…) El Correíllo Viera y Clavijo de Trasmediterránea, salió del Puerto de Tenerife a las seis de la mañana, era un viernes de enero de 1937, ese día no había muchos pasajeros, solo varias familias, algunos soldados y unos treinta presos políticos que trasportaban al campo de concentración de La Isleta. Cuando subieron iban amarrados con las manos a la espalda, hombres muy flacos, heridos por el maltrato y las palizas, conocí a varios enseguida, Lázaro y Antonio Perdomo Bello, dos hermanos que eran de Tegueste, Domingo Correa Bethencourt, que era un joven estudiante de derecho de Los Realejos, el resto eran paisanos de varios municipios del Norte y el Sur de la isla, todos hombres muy jóvenes y una mujer que llevaban aparte, se llamaba Rosario Socas Abreu, lo supimos porque vimos el listado que adjuntaban a los pasajes, era una chica de unos 22 años, vestía de negro y tenía una cicatriz abierta en la cara que todavía le sangraba. Iban custodiados en cubierta por falangistas chicharreros que los rodeaban todo el tiempo, no los dejaban refugiarse del fuerte viento y del agua de las olas que rompían contra el barco, allí estaban firmes, sentados, apretados unos contra los otros con escaso abrigo. A mi me dio por bajarles un par de mantas que teníamos los marineros, pero uno de los jefes falangistas de apellido Zerolo casi me pega un culatazo con el máuser en la cabeza: -Rojo de mierda- dijo -¿Quieres ayudar a los tuyos?- Yo me quedé paralizado porqué era casi un chiquillo, entonces vino don Pedro Sobrino, el contramaestre valenciano y se metió por medio: -El muchacho no está metido en política, yo lo conozco bien, solo ha querido compadecerse de esta pobre gente- Zerolo lo miró atravesado, con cara de mala hostia y le dijo: -Aquí no hay compasión con estos hijos de la gran puta- Entonces levantó a los dos hermanos de Tegueste a golpes y dio la orden de que los tiraran por la borda. Dos falanges y un guardia civil los cogieron en peso y los lanzaron en altamar, sus cuerpos se hundieron entre gritos y peticiones de auxilio, esto lo vio parte de la tripulación y los pasajeros que en ese momento estaban en cubierta. Luego cogió a la muchacha y la puso de cabeza contra el agua como si la fuera a tirar, la chica no decía nada, solo se le salían las lágrimas: -¿Vas al agua también puta o me vas a hacer ese favor que te he pedido?- comentó con una voz muy ronca, como si hubieran estado bebiendo toda la noche. La chica se fue al suelo, se sentó, parecía una niña pequeñita, asustada, Zerolo la agarró por el brazo y se la llevó a uno de los camarotes, de allí no salieron hasta que llegamos a Las Palmas. El resto de presos se quedaron desalados, algunos llorando por los compañeros ahogados, otros miraban con gesto desafiante a los fascistas, congelados de frío, temblando, algunos con una tos muy fuerte que llegamos a pensar que era tuberculosis. Desde que atracamos los hicieron bajar a patadas, los esperaba una guagua para llevarlos al campo de concentración, la chica fue la última, Zerolo la despidió con un beso en la mejilla y una palmada en el culo, llevaba la cara desencajada, el vestido roto, los ojos llorosos, se la llevaron en un Ford negro entre dos mujeres mayores de la Sección Femenina, todos los compañeros marineros nos quedamos destrozados, nunca habíamos visto algo tan terrible…»
Testimonio de Lorenzo Navarro Romero, marinero gaditano de Trasmediterránea en Valencia, Cádiz y las Islas Canarias entre los años 1935-1942.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, en el barrio de El Pópulo, Cádiz, en febrero de 1999.
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