«Tan sólo pretender conocer la diversidad de los vegetales superiores que pueblan la Tierra puede ser tarea excesivamente difícil su número rebasa ampliamente las 250.000 especies diferentes. En cualquier caso, lo más natural es que nos acerquemos al conocimiento de cada planta en particular movidos por un interés concreto, como de forma espontánea han hecho desde siempre quienes han convivido de cerca con ellas, entre otros el campesino que las cultiva, el pastor que busca el alimento para su ganado o la hechicera que las utiliza en sus rituales».
José Jaén Otero «Yerbero»
«(…) Carmelita Guedes, curaba las heridas y el mal de cuerpo con hierbas del monte, subía ágil la cuesta del Aguayro como si fuera una chiquilla, no era problema la edad, ni tener la columna destrozada, bajaba luego despacito, vestida siempre de negro, pañuelo en la cabeza, sonriente con sus ramitas mojadas en las manos, encontradas en lo más recóndito de aquel barranco perdido. Luego en la cueva con forma de cruz las iba cortando con un naife y metiendo en un cuenco de cerámica que ella misma trabajaba, las escachaba con una madera, le echaba polvos que tenía dentro de pequeños recipientes de barro, ella sabía lo que había en cada uno. A mi me hizo un emplaste que tenía hasta barro verde de los riscos de Linagua, la herida de bala me atravesaba la pierna a la altura del gemelo, primero metió una varilla de hierba de un lado a otro del agujero, yo sentí algo fresco pero que a la vez quemaba levemente mi carne, no dolía pero si sentías que algo andaba por dentro de ti, como bichitos sanadores. Después me puso por un lado y por otro la mezcla de tierra y pétalos de flores diminutas, al instante noté el alivio, una especie de calor me subía hasta las ingles y me quedé medio dormido en el camastro, luego recitó un rezo en una lengua que no entendí, pero que parecía muy antigua, ella me dijo: -Ahora escapaste loco chiquillo de esos disparos, la próxima te acribillan esos demonios vestidos de azul- Yo la miraba con lagrimas en los ojos, sabía de la amistad que había tenido desde niña con mi abuela, Conchita Santiago, notaba su aprecio, pero a la vez el desconcierto por lo que estaba pasando en la isla, las matanzas masivas de compañeros en cada municipio, no había guerra, pero si mataban los fascistas a miles, la persecución era masiva por cada rincón, no había donde esconderse más que seguir de cueva en cueva, andando de noche, los pocos que conocíamos el terreno por ser pastores. Aquel ratito con Carmelita me llenó de vida, siempre la he recordado, desde mi exilio obligado en Venezuela y Colombia le escribí varias veces pero nunca obtuve respuesta, ella no sabía ni leer ni escribir, pero pensé que algún familiar le podría ayudar, si que estoy seguro que tuvo la carta en sus manos, que la olió, la acarició, la colocó como un humilde trofeo junto a sus brebajes de la cueva de las estrellas…»
Testimonio de Domingo Robayna Santiago, militante de la CNT, pastor de cabras y vecino de Tunte, Gran Canaria, evadido en los años del genocidio.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, en el Puerto de Calamar, Cartagena de Indias, Colombia, el 19 de julio de 1994.
Un relato que estremece al leerlo por el fondo pero que transmite ternura a raudales.Y es que nadie es más sensible ante la vida que aquel que ha estado a punto de perderla alguna vez ante quienes no conocen la palabra ternura que,en esos tiempos salvajes.eran muchos.
Un placer pasar por tu blog.
Saludos