![](https://viajandoentrelatormenta.com/wp-content/uploads/2022/10/306989854_141681041903149_1922122899420437961_n.jpg)
Imagen tomada de la red.
«Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre en las películas, nace y renace en cada saboreador.»
Federico Fellini
La vimos en el Cine Estudio Canarias, el pequeño local de la calle León y Castillo, donde nos juntábamos en los 70 a devorar películas y sentir cada escena, cada diálogo, como quien necesitará de una especie de droga desconocida.
Fue un día de noviembre del 77 por Difuntos, horas antes de mi cumpleaños, cuando bajo una lluvia torrencial que regaba Las Palmas GC no fallamos a la proyección en una sala casi vacía de “Luces en la Ciudad” dirigida por Charles Chaplin. Trataba de un vagabundo que se enamoraba de una florista ciega, después de un encuentro casual.
En un folleto informativo que nos repartió en la entrada el dueño venía un fragmento del gran crítico de cine James Agee, que escribió sobre la escena final del film que “verla es suficiente para que el corazón se marchite, es la pieza más grande de actuación y el momento más alto del cine”.
Al final nos quedamos en las butacas, se fue todo el mundo, hasta que salió el último crédito y se paró la música, salimos y por las calles corría el torrente de agua, olía a barro y a perfume de mujer, con la película en la cabeza costaba articular palabra, solo en la guagua comentamos algo entre susurros cuando en el teatro subieron Los Grises pidiendo carnets, mi barba les resultó sospechosa, yo lo tenía caducado y casi me llevan detenido. María Victoria una prima de mi madre con vínculos familiares en Falange y que iba sentada junto al chofer, asiento de Caballero Mutilado, habló con los policías y enseguida guardaron las esposas, metiendo sus porras en las fundas.
La guagua siguió hasta La Isleta y parecía un barco entre una brutal tempestad marina, luego debía subir hasta mi casa en Tamaraceite con la ultima que salía de El Puerto. Llegué casi a las once, olía a mi tortilla de papas preferida, mi madre charlaba con mi padre bajo el patio de los helechos, me les quedé mirando hipnotizado unos segundos entre la penumbra y el chaparrón, me parecieron por un instante Chaplin y Virginia Cherrill, me sentí de nuevo como en un sueño en el viejo cine, pero era la casa de las flores y los árboles impregnados de rocío.
Más historias
También la vida
80 años de la liberación de Auschwitz, el mayor campo de exterminio nazi
Godismos