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«Enseñar exige respeto a la autonomía del ser del educando»
Paulo Freire
Desde el pequeño micro con asientos de madera donde nos metían a treinta niñ@s en una furgoneta de diez o doce plazas, fue mi primer contacto con lo que llamaban educación, llorando, moviendo la mano en señal de despedida, mi madre se alejaba en la distancia de la Carretera General a medida que el vehículo avanzaba para ir haciendo paradas en cada casa. El primer día mostró lo que era aquella escuela a mis cinco años, cuando subíamos la escalera del viejo edificio de la calle Triana olía muy fuerte a friegasuelos, arriba los gritos de don Manuel, llantos de quienes se llevaban los golpes de la regla de madera.
Años de maltrato a mediados de unos sesenta de la letra con sangre entra, de Franco y José Antonio presidiendo con sus fotos cada clase. Se pegaba y mucho, se humillaba, te tiraban de las orejas levantándote del suelo, orejas despegadas de las cabezas pequeñitas, hasta el día que me rebelé en sexto de EGB y agarré aquella silla amenazando al monstruo.
No volvió a pegarme. Por eso hoy viendo esta joya cinematográfica belga, que aunque toca el drama del acoso escolar que sigue pasando, no las palizas de aquellos años por parte de aquellas bestias con lapicero, la tristeza inundó mi mente, el cuerpo revuelto por dentro, la sensación de un desamparo que devuelve a la boca el sabor a sangre mezclado con lágrimas.
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