«Las detenciones eran masivas en cada pago de la isla, los niños ricos de las familias de la nobleza caciquil se organizaron en Brigadas del Amanecer de Falange para asesinar y desaparecer a lo mejor de nuestro pueblo, Tenoya no fue una excepción, allí todos votamos por el Frente Popular, mujeres y hombres, su venganza no se hizo esperar y cargaron contra nosotros, nos destrozaron la vida y la esperanza».
Julio Troya Falcón
Antonio esperaba todos los días a su padre en la puerta de su humilde vivienda, lo veía aparecer en la lejanía desde la Casa de La Palma, sorteando las acequias de los numerosos tomateros de los Betancores, venía con paso firme y un cartucho de papel marrón en la mano que olía a grasa y tierra seca, era la sorpresa diaria para Toño, una docena de huevos, alguna cría de calandra perdida, unos tomates o simplemente unas piedras con forma curiosa, extraídas de las entrañas de la cantera volcánica de Tinoca.
Para el niño era la mejor hora del día, la espera y la llegada de su padre vestido con pantalón gris, camisa blanca, una faja de tela, el naife (1) al cinto, la sonrisa pura, la mirada limpia, loco por ver a lo que más quería en el mundo.
Pero esa tarde de noviembre de aquel funesto 37 no llegaba, el chiquillo se pasó hasta las once de la noche esperando y su padre no apareció, cada sonido era el anuncio de su llegada, pero no llegó, no venía como aquellos días excepcionales que lo tuvieron trabajando más tiempo en la cantera, aquella noche era distinta a las otras, había una sensación de perdida, de que jamás lo volvería a ver.
Toño se acostó abrigado por su madre:
-Verás que no le ha pasado nada, que mañana lo tienes- le dijo.
Pero el niño no durmió en toda la noche y escuchó sobre las tres de la mañana gritos, varios disparos, hombres gritando insultos, arengas, otros quejándose, llorando de dolor:
-A la niña no por favor que es la única que tengo, no se la lleve maestro, no se la lleve, no le hagan daño, ella no conoce hombre- se escuchó entre el maremagnum de voces, chillidos, de aullidos de dolor.
Se asomó por la ventana sin descorrer del todo la cortina y vio metiendo detenidos a golpes en los camiones del Conde de la Vega Grande, a los amos agrícolas como Ezequiel Betancor, Pepito Naranjo, Paco Bravo, Dominguito Soto, Santiago Cabrera, Fernando Melián, golpeando a los presos con las culatas de sus fusiles en la cabeza.
En eso como una especie de flash vio a su padre con la manos amarradas a la espalda, la ropa llena de sangre, una cicatriz profunda en la frente, lo llevaban entre dos para meterlo en uno de los coches de aquella gente rica.
Salió corriendo hasta El Callejón de las Viudas, en el viejo barrio de Tenoya, era una carnicería, la sangre corría desde Las Cuatro Esquinas hacia el barranco de Teror, su progenitor ya no estaba, se vio rodeado de falangistas, uno alto con bigote blanco lo agarró por la oreja y le gritó:
-¿Tú también eres maricón como tú padre? Corre pa tu casa que te destrozo el culo con mi polla bastardo-
El angelito entró a toda velocidad llorando, lo esperaba su madre en la puerta con una manta, hacía mucho frio, lo abrazó, lo intentó tranquilizar, pero Toño no paraba de temblar, le preguntaba que le pasaba, pero no podía hablar, se quedó mudo para siempre.
(1) El ‘naife’ o cuchillo canario, una popular herramienta empleada durante siglos por los ganaderos y agricultores de las Islas Canarias, tiene su origen en las cuchillerías de Albacete y Toledo del siglo XVI, aunque deba su nombre coloquial al vocablo inglés de cuchillo: «knife».
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