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Pintura del artista chileno Rubio Dalmati, que refleja las arengas del sacerdote que visitaba la prisión de Logroño a un preso que iba a ser fusilado en noviembre del 36.- RUBIO DALMATI
«Había religiosos antes y después del fusilamiento, luego cuando le daban el tiro de gracia a los ejecutados iban con la cruz en la mano echando agua bendita sobre los muertos, rezaban con los ojos medio cerrados, no parecía importarles que estuvieran asesinando a lo mejor de nuestra gente».
Gabriel Socorro Santana
«(…) Los curas solían entrar en los barracones donde estaban los hombres que iban a ser fusilados, venían como cuervos en el nombre de Dios una o dos horas antes de cada ejecución, usaban toda la parafernalia religiosa, un crucifico enorme en la mano y rezando a gritos, como si aquello fuera el fin del mundo para ellos y no para unos pobres desgraciados. Muchos de los paisanos acataban la confesión, pero otros se negaban, eso pasó por ejemplo el 29 de marzo del 37 con el preso majorero, Matías López Morales, que le dijo al capellán «que no viniera a ese lugar de muerte para apadrinar el crimen», muriendo dando vivas a la República y a la clase trabajadora. Era terrible ver algunos hombres venidos abajo, arrodillados, pidiendo por sus familias poco antes del fusilamiento, de eso se aprovechaban aquellos sacerdotes, de la desesperación, del miedo ante la muerte. A nosotros que éramos soldados de quinta, chiquillos jóvenes, nos ponían a vigilar donde los tenían encerrados, a pocos metros del paredón del campo de tiro de La Isleta, menos mal que me libré por suerte de participar en las ejecuciones como varios compañeros. Pero era terrible estar allí viendo a unos hombres que sabían que los iban a matar en pocas horas, había algunos que se meaban encima, otros no decían nada, solo miraban fijamente a los falangistas y militares con gesto desafiante. A esos nos pedían que los apuntáramos con el máuser por si intentaban cualquier cosa. Si el cura no conseguía su objetivo de que se confesaran ordenaban en algunos casos que les quitáramos el lápiz y el papel donde escribían el último mensaje a sus familiares y decía: -Sin confesión no hay despedida, ni escrito, ni nada- Algunos se confesaban o tomaban la Comunión solo por poder despedirse, por dejar escrito algo para sus seres queridos. Llamaba la atención ver algunos curas con el Rosario en una mano y la pistola al cinto, el yugo y las flechas en el pecho, con las sotanas manchadas de sangre de dar la extremaunción a los hombres fusilados…»
Testimonio de Anastasio Mederos Curbelo, vecino de La Isleta (Las Palmas GC), soldado de quinta entre los años 1935-1937.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 28 de febrero de 1998, en la Clínica de La Garita, municipio de Telde, Gran Canaria.
Malditos curas, tan falsos y cobardes como siempre.
Inquisidores y farsantes.
Malditos torturadores.
Me enferman…!!