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Foto de la azotea tomada en septiembre de 2021, que refleja el estado actual de abandono de la citada infraestructura.
“El calabozo de los muertos no puso punto de reposo. Entraban unos a esperar el sacrificio; salían otros para ser colocados frente al piquete. De esta manera todo enero del treinta y siete, y febrero, y marzo, y abril, y todo el año aquel. Era una locura un vértigo, una furia exterminadora… Y toda la prisión obligada a presenciarlo. Indefensas las víctimas. Indefensos los que querían evitarlo y no podían”.
Francisco García, preso político en el campo de concentración de Fyffes
Como no cabían en el local de Falange de Albareda, llevaron a un grupo de siete hombres a los almacenes de los Elder, muy cerca de Sagasta y Santa Catalina en Las Palmas GC.
El cacique inglés puso a disposición de los fascistas toda su infraestructura, al igual que los Fiffes, Miller, Bonni, etc., que se volcaron con los sediciosos cediéndoles sus camiones, coches, barcos, locales, dinero y todo tipo de recursos.
Era su forma de vengarse de los líderes sindicales que encabezaron huelgas en sus haciendas, donde no se respetaban unos mínimos derechos laborales, la dignidad de miles de mujeres y hombres qué trabajaban para ellos en condiciones de semi esclavitud.
Cuando entraron aquel almacén era gigantesco, daba miedo aquella inmensidad, en una pequeña oficina dos especie de Lord ingleses con monóculos tomaban té con galletas, sonrieron cuando vieron al grupo de hombres destrozados por los golpes, en inglés el más viejo dijo con una sonrisa flemática a uno de sus encargados, “que los llevaran a la azotea para no manchar de sangre los sacos de plátanos”.
Desde arriba se divisaba todo el Puerto de la Luz, la Playa de Las Canteras, que esa mañana estaba en una absoluta bajamar.
Una vez en la gigantesca azotea Demetrio Samper, jefe de los balillas de La Isleta, ordenó entre risas, jugar un partido de fútbol con los cuerpos de los reos.
Entonces el grupo de más de treinta nazis con botas militares, comenzó a darle patadas a los hombres, patadas salvajes que caían por todas partes, era imposible defenderse, taparse con las manos fracturadas, patadas que llegaban a sus caras, a sus ojos reventados, a sus cabezas rotas, a sus barrigas destripadas.
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