6 febrero 2025

Entre la niebla

Bosque de pinos de Tamadaba (Gran Canaria) (FOTO wikiwand.com)

«Árbol amigo, tu sombra es una mano de ternura abierta y derramada. Tan alto y te nace a los pies a ras de hierba, dándole sin mirar, isla de la frescura y el beso de paloma, toda semblante de hoja seca y no obstante maternal hasta el fondo con la tela de araña, con el rencor de los trozos de vidrio, con la hebra sin fin de las hormigas y mi propia ballesta de deseos que ha crecido en tus brazos, y latido en tus savias y dormido en tus frutos dulces como los senos del amor y del mar».

Pedro García Cabrera

Javier Dámaso, tenía la capacidad de mimetizarse con lo verde, sus cabras eran tan salvajes como él, por eso se sentía uno más en el rebaño que pastaba libre desde Tamadaba a La Aldea de San Nicolás, ordeñaba, se tomaba un gánigo de leche caliente, se desnudaba y se tumbaba al sol entre los helechos y la niebla casi eterna, con el garrote subía y bajaba hasta El Valle como quien va de paseo a la plaza de su pueblo.

Por eso acostumbrado a tanta soledad le extrañó aquel ruido de voces que subía el camino de Faneque desde la finca de Tirma, nada bueno podía traer un hombre llorando y dando alaridos de dolor, por eso se subió al pino más alto junto al «Fin del mundo», las cabras sabían que hacer, eran guanilas, se mezclaban con la retama y los riscos más inaccesibles esperando por su amigo escondido de cualquier peligro.

A la media hora los vio venir, eran cinco hombres, dos vestidos de azul con boina roja, yugo y flechas en el pecho, dos más con sombreros de palma y ropa de jornaleros con pinga de buey en sus manos azotando al quinto que venía bañado en sangre, no se veía el verdadero color de su ropa que algún día fue gris o blanca, lo traían desde la barranquera a latigazos, dejando la carne y la piel por el camino:

-Yo no dije eso del amo Samsó cristianos- berreaba entre latigazos.-No he ocultado nunca mis ideas, pero yo no publiqué nunca que el amo Samsó se follaba a las niñas de los paisanos- volvió a invocar arrastrándose entre los golpes con la cara llena de barro.

Desde el árbol de más de cien años Dámaso observaba en silencio aterrado, le llamaba la atención el hilo de sangre que iba dejando la comitiva destino a San Pedro. Le dieron ganas por un momento de saltar sobre los sicarios y matarlos a garrotazos ¿Pero que conseguiría? ¿Qué vinieran muchos más? ¿Qué sacaran a su madre y la colgaran de cualquier olivo hasta que se entregara vencido?

Por eso se quedó quieto como un águila fijando una presa a cientos de metros, triste, azorado, porque Antonio Sosa Calcine, era un hombre de bien, conocía a sus hijas de los talleres de poesía del Ateneo de Gáldar, un hombre sin malicia, trabajador, casi esclavo del caciquismo de esa zona de la isla.

Los vio perderse bajando el pinar, la sangre roja intensa parecía la señal que mostraba que ya nada bueno traería el destino.

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