6 febrero 2025

Tribunal militar franquista durante un Consejo de Guerra (Foto: Christie Books)

«Ayer amaneció el pueblo desnudo y sin qué ponerse, hambriento y sin qué comer, el día de hoy amanece justamente aborrascado y sangriento justamente».

Miguel Hernández

Ese día de junio de 1937, el Coronel de Artillería José de Rosas Fernández, no se encontraba nada bien por los excesos de la noche anterior en la calle 18 de julio, había que juzgar a varios paisanos de Las Palmas por delito de rebelión, por eso lo primero que hizo al llegar a la sala de actos del Cuartel de Infantería de Canarias fue ir al baño, el excusado apestaba más de la cuenta, estaba repleto de mierda y vómitos por la cercanía con el bar de oficiales.

El escrupuloso militar se metió el pantalón por dentro de los calcetines para no mancharse, estuvo a punto de echar el desayuno por el mal olor, luego salió provocado y en la entrada de la sala había cuatro hombres jóvenes con las manos atadas a la espalda, todos iban con la cabeza gacha, ni siquiera se atrevieron a mirarlo, observó que venían machacados, con heridas en la cabeza, en los brazos, seguramente en todo el cuerpo por la tortura.

Dentro lo esperaban con media sonrisa los Capitanes, Manuel Sánchez Vellido, de Caballería, Francisco Guedes Alemán, de Infantería, Antonio Alonso Estrada, de Artillería, José Gil de Arana y Neyra, de Caballería, Santiago Lozano Mendoza, de Artillería, como vocal Ponente el Teniente Auditor de Segunda Ángel Dolla Manera, tenían varias botellas de ron y de vino en la mesa contigua al improvisado juzgado militar.

De Rosas cuando vio las bebidas puso mala cara:

-Señores anoche hubo juerga, no puedo meterme nada más en el cuerpo, solo caldo de pollo que me dio mi mujer esta mañana- dijo a media voz con su acento peninsular.

-Han venido buenas putas, muchas hijas de estos rojos que hemos desaparecido, estamos dejando el pabellón bastante alto, mejor que en la calle Miraflores de Santa Cruz mi Coronel- resaltó sonriente el defensor, Alférez de Artillería Luis Mesa Suarez.

Entre la carcajada generalizada hubo un brindis por Dios y por España, De Rosas, solo se mojó los labios suavemente con aquel vino español, al rato comenzó el esperpento, todos sabían que de allí saldría una pena de muerte, no duró más de una hora la deliberación entre copas y chascarrillos, los hombres detenidos parecían seres sin vida, como si ya los hubieran fusilado antes de comenzar el juicio.

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