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El dictador Francisco Franco inaugura el Sanatorio Militar del Generalísimo, en la Sierra Madrileña, año 1949. EFE
«Era algo natural venir a bendecir después de matarlos, la Iglesia estaba compinchada en el genocidio, participaban en cada asesinato».
Domingo Santana Acosta
«(…) En cada ejecución varios curas con el capellán militar, don Damián Castillo, con pistola al cinto, junto al teniente Lázaro y otros oficiales jefes del pelotón de fusilamiento, eran siempre los primeros en caminar entre los cuerpos, unos para dar el tiro de gracia, los otros para echar el agua bendita con un hisopo, siempre la misma oración que era una especie de extremaunción sobre los cuerpos todavía calientes diciendo en alta voz: -Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén- Luego decían: -Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, por Franco y la Santa Cruzada. Amén. Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo- A veces llevaban algún monaguillo que echaba sahumerio con un incensario y aquello quitaba un poco el mal olor de las vísceras y la carne destrozada por las balas. A los soldados nos daba respeto todo aquello que hacían sobre aquellos pobres desgraciados acribillados a balazos. Algunos cadáveres echaban sangre a presión por el pecho o por sus cabezas como si tuvieran dentro una manguera. Los religiosos no tenían ningún problema aunque se les mancharan las sotanas de barro rojo, era un ritual que no fallaba, estaban presentes con antelación en cada fusilamiento, daban la Comunión y luego las bendiciones a los muertos, aunque siempre decían echándose unos rones en el bar de oficiales que los condenados se tenían ganado el infierno por ser comunistas, socialistas, anarquistas, masones, por eso nunca entendí tanto esfuerzo si ya sabían que a todos se los llevaba el demonio…»
Testimonio de Boro García Estupiñán, vecino del barrio de San Roque, Las Palmas GC, sodado de quinta en el Regimiento de Artillería, Nº 39 en La Isleta, entre 1936-1938.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 14 de diciembre de 1998, en Vecindario, Santa Lucia de Tirajana, Gran Canaria.
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