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Imagen: La lucha canaria, un deporte de masas. 1950-1960. / ARCHIVO FEDAC
«Iban como perros rabiosos en busca de sus presas al lugar de trabajo, de diversión, de entrenamiento, de vivienda, buscaban sangre y abuso, provocar el miedo atávico, ese que se incrusta en el tuétano de los huesos y te carcome por dentro, violar la conciencia colectiva de un pueblo, destrozar para siempre lo que fue un movimiento de rebelión y construcción de esperanza». Aníbal Alemán Andueza
«(…) No podían mantenerlo cuando lo detuvieron saliendo del terrero, los falanges se vieron negros cuando quisieron detener a Gregorio Hernández, tiró la bolsa de entrenamiento al suelo con rabia y se les encaró, uno de los fascistas, Alfredo Rivas, propietario de la Tintorería «París», sacó la pistola y Yoyo se la quitó de un golpe en el brazo, luego se lanzaron todos a darle patadas cuando lograron derribarlo con las porras de madera, parecía un niño pequeño cuando lo amarraron y lo sacaron callejón abajo en San José, aquel hombre tan grande y fuerte camino del camión que esperaba junto a la finca de los Naranjo, cerca del cementerio de Las Palmas. Atrás quedó su ropa de lucha, yo se la recogí para llevársela a su madre en San Roque, el saco estaba lleno de sangre, sus compañeros salieron asombrados del campo lucha, lo vi a lo lejos cuando lo metían a la fuerza en el remolque, lo rodeaban más de diez falangistas, todos conocidos de Las Palmas, el cobarde de «Juan Pintona», el arbitro, le daba en la cabeza con la punta de la pinga de buey rasgándole la nuca, su hermano Sixto García se meaba de la risa cuando vieron que Yoyo lloraba: -Tanta lucha canaria y tanta mierda y eres un puto cobarde llorón- dijo el conocido fascista, entre las carcajadas de la Brigada. También había unos niños que eran Balillas que iban detrás con uniforme limpiando la sangre con unos trapos azules. Gregorio estaba reventado, le habían clavado una bayoneta cuando lo redujeron en el suelo, se veían tripas y restos del estómago. Juan Toledo el de Tafira no dejaba de mirar hacia atrás por si alguien había visto algo: -Al que golisnee lo mato ahora mismo- dijo sacando la pistola del cinto. Allí no había casi nadie, todos los vecinos se metieron corriendo en sus casas, solo los muchachos luchadores compañeros de Yoyo se quedaron parados en la entrada del terrero, mirando por última vez la cara desencajada de su amigo…»
Testimonio de Antoñito Martín Dieppa, vecino en su infancia del Paseo de San José (Las Palmas GC).
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 16 de agosto de 2012, en San José de las Longueras (Telde).
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