«En algunas de las cuevas encontrabas huesos y cerámica, inscripciones en las paredes en forma de círculos y triángulos, el secreto era la caverna mayor, donde hacían los rituales, allí parecía pervivir eternamente lo sagrado». Daniela Pérez Ortega
«(…) Yo con mi tía Angelita bajaba por el barranco de Tamaraceite a pescar anguilas, cogíamos tabaibas (1) y las escachábamos sobre una piedra, luego la leche de su savia la echábamos en el charco, al momento aparecían flotando pero vivas, como si estuvieran anestesiadas, entonces solo teníamos que recogerlas y echarlas en la cesta de mimbre, solo las que necesitábamos, el resto volvían a recuperarse en unos minutos. Luego subíamos a su casa en La Montañeta, que era una cueva profunda de cuatro habitaciones, allí amasaba gofio con el caldo de pescado, si quedaba alguna las asaba con leña, hacía una hoguera con un par de maderas y en un momento todo olía a pescado, a salitre, a lo que siempre habían olido aquellas cuevas desde que las habitaba aquel pueblo que vino del océano. Por eso no entendí nunca de que la acusaban, porque no estaba cuando llegué del colegio y mi madre me dijo que se la habían llevado los falanges. Ella no andaba metida en nada, solo enseñaba a silbar a los chiquillos, a trabajar el barro en la escuelita de Chona Santana, también contaba historias de los antiguos, de cuando el barranco era un rio que no se podía cruzar, cantaba las canciones en una lengua que no se entendía, tocaba con un palo sobre una piedra ritmos que te hacían vibrar los huesos, te daba por bailar. Así muchas noches junto a la hoguera contando cuentos de animales, almas en pena y gigantes que vivían en el continente hundido. Según dijeron meses después las vecinas se la llevaron junto a Carlos Mortes Rufino, que era quien se encargaba de la educación en el Ayuntamiento de San Lorenzo, eran comunistas dijeron aquellos hombres vestidos de azul, Angelita fue otra desaparecida, dijeron que era bruja y enemiga de la iglesia, nunca más volví a pescar anguilas en el barranco, solo ella sabía preparar aquella leche, solo ella sabía rezar en otra lengua, dar nombres de los que un día muy lejano habitaron nuestro pueblo…»
(1) Arbustos perennes del género Euphorbia endémicos de las Islas Canarias.
Testimonio de Juanito González Cabrera, vecino de Tamaraceite entre los años 1928-1967.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 17 de marzo de 2012, en el barrio de Los Giles (Las Palmas GC).
Más historias
Lola en su laberinto
Silencio de padre
Recortada