6 febrero 2025

Hermanos eternos

«Las brigadas del amanecer» (algunos de sus integrantes viven aún), cada noche, hacían razzias —»sacas»— por todos los distritos periféricos de la ciudad —barriadas de población obrera— entre los que destacaron por un mayor volumen humano aportado: los riscos de San Nicolás, San Francisco y San Lázaro; San José, San Juan y San Roque; Guanarteme y la Isleta. Igualmente giraban visitas para lo mismo (en concomitancia con la Falange local) a los pueblos de isla adentro, aquellos en los que hubo actividades de tipo sindical o política«.

Luis Rivero Luzardo (La Sima, muertos no identificados)

Al llegar al agujero después de una caminata interminable, los jefes falangistas, Amado Álvarez, Juan Suárez y los hermanos Pedro y Miguel Medina, colocaron a los hombres formados en dos filas al grito de ¡A cubrirse ar! ¡Firmes ar!

Aquellos pobres diablos con el cuerpo destrozado por la tortura de varias noches seguidas, no daban pie con bola, parecían un ejército derrotado después de tomarse una caja de ron, se tambaleaban ante la indignación de los falanges que los trataban como a soldados.

Los hermanos comunistas Antonio y Eduardo Reyes iban juntos, el segundo muy jodido, echando mucha sangre por la boca y el culo, como si estuviera reventado por dentro por los culatazos y patadas en todo el cuerpo. Cuando los vio Estévez, al que llamaba en Telde «El Alférez» dijo:

-A los hermanitos me los ponen juntos, quiero que uno vea como tiramos al otro al agujero-

Los fueron dejando para los últimos viendo como arrojaban a la sima a unos cincuenta compañeros, había algunos que tiraban vivos de espaldas al abismo para que no tuvieran defensa, otros caían con un tiro en la nuca agarrados entre dos falangistas que los lanzaban con fuerza al grito de ¡Ahora!

Actuaban con mucho cuidado con los condenados porque hacía unos pocos meses que José Santana, «Pollo Florido», se había lanzado al abismo con dos falangistas abrazados, por eso los fascistas temían cualquier arrebato de rebeldía de aquellos hombres destrozados.

Cuando tan solo quedaban en la pequeña explanada los dos hermanos, los falangistas empezaron a burlarse del llanto de los muchachos, de sus abrazos y besos despidiéndose:

-Estos salieron mariconas como el padre maestro escuela, tienen también el culo aceitoso- decían entre carcajadas sonoras.

Los dejaron unos minutos despedirse, más que por compasión por burla y mofa de los chiquillos de veinte y diecisiete años.

Entonces agarraron a Eduardo entre dos, lo levantaron en peso hasta el borde de la conocida como «bajada de la muerte», lo fueron zarandeando un buen rato entre gritos del grupo de nazis canarios, hasta que lo lanzaron entre un aullido terrible, se hizo el silencio bajo una lluvia tenue, solo se escuchaba el ladrido de los perros, que desde cualquier lugar lejano sabían que allí estaba sucediendo algo terrible.

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