«Aquellos que niegan Auschwitz estarían dispuestos a volver a hacerlo».
Primo Levi
Empezaron como un grupo residual a finales de los años 20 desestabilizando como las Juventudes Hitlerianas, rompiendo asambleas obreras, montando broncas monumentales en movilizaciones jornaleras; su violencia desde sus primeros pasos fue desmedida, aquellos nazis españoles caían bien entre los sectores adinerados, los veían como los tenaces “chicos de azul”, desde el estallido del golpe fascista del 36, asumieron sin pestañear masacres horrendas, fusilamientos sin juicio en cada pueblo tomado por las tropas sediciosas, arrodillaban y daban tiros en la nuca sin casi mediar palabra, violaban mujeres sin importar su edad, junto a los criminales moros de Franco.
En retaguardia, refugiados de las balas y los frentes de combate, agazapados, cobardemente patriotas, siempre contra gente desarmada, actuando en zonas devastadas por las bombas o donde no hubo confrontación armada, encabezando cada genocidio.
Tras el final de la guerra en el 39 dirigieron el brutal exterminio, las cientos de miles de ejecuciones sumarias y desapariciones, como la de Federico García Lorca, coordinando junto a la Iglesia Católica el secuestro, robo y venta de millones de niñas y niños.
Hitler caía bien, Jose Antonio por simpático, Franco por amanerado, ordenado y minucioso, Mussolini parecía un defensor de la clase trabajadora, el cóctel mortal de más de treinta millones de crímenes en pocos años.
Se sigue hoy en día cometiendo los mismos errores con personajes y organizaciones claramente fascistas a las que se arma hasta los dientes, la represión y la censura se perciben en el discurso del actual pensamiento único de los medios de comunicación y las redes sociales, la criminalización de las disidencias.
El infierno del horror está servido.
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