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Imagen: Milicias falangistas en Las Palmas GC (1936). (Foto: FEDAC).
«Era como un reloj, salía cada vez que los disparos cesaban, los cuerpos todavía calientes de aquellos hombres unos sobre otros en el camión, la sangre dejaba su rastro desde el campo de tiro de La Isleta al cementerio de Vegueta». Antoñito Mateo Hernández .
(…) -Esto solo se soluciona con fusiles y bombas- dijo Juanito Ramírez, mientras desamarraba el burro en la puerta de la barbería de la calle Faro, los hombres que estaban en el bar «La Escollera» se le quedaron mirando, él no les quitó la mirada de los ojos de forma desafiante: -¿Ustedes creen que está bien que sigan bajando camiones cargados de hombres fusilados todos los días carajo? ¿Qué ese reguero de sangre nadie se atreva a limpiarlo me cago en Dios?- Los parroquianos no decían nada, se quedaron plantados en silencio, solo uno rubio y bajito dijo: -Déjenlo que esta borracho, es un pobre diablo, un mauro- -Borracho tu puta madre respondió Juan- encarándose con el vecino. El resto de hombres los separó cuando se iban a pegar, entonces yo salí a la calle y lo abracé, le dije que saliera ya pal Dragonal con sus perros y sus cabras, que lo iban a detener, que lo iban a matar. Pero Juanito no podía más, aquel olor a sangre inundaba nuestro barrio de La Isleta, los disparos del pelotón de fusilamiento no cesaban de la madrugada a la noche en el campo de tiro. El joven pastor solo decía lo que muchas queríamos decir y no nos atrevíamos, estábamos mudas, nuestros hombres convertidos en pobres cobardes, cuando pocos meses antes estábamos en las manifestaciones enfrentados a los guardias de asalto luchando por nuestros derechos. Juanito se me soltó de las manos envenenado, no pude retenerlo más y vi que los falangistas subían de la Playa Las Canteras, yo seguí gritándole que se desviara pal Confital, que no dijera nada, pero ya era tarde, vi como lo tiraban al suelo y lo hinchaban a patadas y culatazos, luego lo vi pasar bañado en sangre con las manos amarradas a la espalda. Seguía gritando por los asesinados, los hombres del bar se metieron pa dentro como ratas. Nunca más lo vimos vendiendo su queso de cabra y su leche fresca con su burro Fajardo, la calle siguió manchada de la sangre del reguero que llegaba hasta el cementerio de Vegueta, nadie se atrevió a limpiarla, desde las azoteas veíamos los hombres amontonados unos sobre otros en los camiones, acribillados, muertos, abandonados por quienes debimos alzarnos hasta la muerte…» .
Testimonio de Dolores (Lolita) Artiles Mederos, obrera tabaquera y vecina de La Isleta entre 1936-1945.
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 6 de marzo de 1998, en el barrio de Casa Ayala, Las Palmas GC.
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