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Imagen: Archivo fotografía histórica Cabildo de Gran Canaria (Fedac).
«Era la primera en llegar cuando íbamos a parir, nadie la avisaba, ni sabíamos cómo se enteraba. Hortensia aparecía como un fantasma a cualquier hora en las callejuelas más recónditas del barrio, también se enfrentó al fascismo, nunca entendió aquellas injusticias, aquel genocidio, muchos de aquellos muchachos asesinados los trajo ella al mundo». Estela Farías Medina
«(…) Hortensita se quedó plantada en el Callejón del Agua del barrio de San Juan, los falangistas bajaban de las casas cerca de La Batería, con siete jóvenes amarrados y magullados por los golpes. Cuando la vieron con el bastón y vestida de negro, con su pañuelo en la cabeza, se quedaron paralizados por un momento, llevaba luto de por vida por la muerte de su hijo ahogado en alta mar mientras pescaba. La mujer los miraba fijamente sin decir nada hasta que uno de los fascistas se le acercó: -Señora quítese de en medio que esto no es asunto suyo- dijo uno que parecía un jefe, era mayor que los demás y llevaba una pistola al cinto, en el cuello un Rosario. La señora levantó el bastón de forma amenazante y el fascista se retiró un metro más a atrás, desde las ventanas los chiquillos nos reímos de la valentía de la doña: -Están sembrando esta tierra de sangre inocente sinvergüenzas ¿Adónde llevan a estos muchachos? ¿A matarlos como están haciendo ya con miles en toda la isla? Dijo doña Hortensia con su voz machacada por los años: -¿Sabes que edad tengo machango? Ya paso de los ochenta, he pasado mucha hambre y he visto muchas injusticias, a mi hijo se lo llevó el mar trabajando para un patrón corrupto, bandidos como los que ahora dirigen esta matanza contra nuestro pueblo- La gente comenzó a asomarse en las ventanas de aquella madrugada de septiembre del 36. Hortensia se mantuvo en pie, hasta que uno de los falangistas, conocido como Silvestre «El negro», vecino de San Roque, le dio un golpe en la cabeza con una porra de madera. La mujer se quedó conmocionada pero seguía consciente: -Ni con todas las armas del mundo podrán acabar con lo que pienso de ustedes infelices, podrán matarme ahora mismo, hacerme pedazos con sus látigos y fusiles contra una pobre vieja cobardes, criminales, ladrones, escoria asesina- Siguió gritando entre las risas de los falangistas. Uno le quitó el bastón y se puso a imitarla después de subirle el vestido hasta la cintura y dejarla con las enaguas al aire. Hortensia logró levantarse agarrada a la pared del estrecho callejón señalando a los falanges mientras le salía mucha sangre de su cabeza, entonces mi tía Flora salió de la casa y la agarró por la cintura, se abrazaron las dos llorando. La procesión de la muerte siguió, uno de los muchachos detenidos se quedó mirando para las dos mujeres: -Gracias doña Hortensia, gracias, nunca olvidaré lo que ha hecho por nosotros, ojalá todo este pueblo fuera como usted.
Testimonio de Nino Fajardo Casiano, vecino en su infancia y juventud del barrio de San Juan (Las Palmas GC).
Entrevista realizada por Francisco González Tejera, el 9 de noviembre de 2014, en el Valle de Jinámar (Telde).
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