Como un imperceptible torrente de agua fresca brotando de la tierra, la misma que limpió la sangre de tantos héroes del pueblo masacrados, el agua que enfriaba las manos y las penas de las rosas del salitre.
A pocos metros de la Presa de Tamaraceite el agua fresca y salobre brota de las entrañas de la tierra, allí me llevaba mi tía-abuela Rosa García cuando iba a lavar la ropa, se juntaban las mujeres del pueblo, recuerdo percibir la tristeza de tantas viudas de hombres asesinados por el franquismo, desaparecidos en cualquier agujero del dolor. El agua es un bálsamo, hoy la probé, me atreví a tragar el líquido del recuerdo, me refresqué la cabeza y su leve temperatura es como si el espíritu de la madre de todos los seres vivos fuera consciente de mi dolor, de alguna manera me llegó ese encanto, el olor a jabón artesano, a ropa blanca tendida sobre las piedras bajo el sol abrazador, los cantos de las mujeres, las miradas cómplices de la niñas a los ojos de un niño tímido de 9 años. Reconforta saber que este espacio mágico no haya sido destruido por la especulación, por ese triste compadreo entre políticos de todos los colores y los lustrosos constructores ¡Gracias por enseñarme a resistir!
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