«Ayer amaneció el pueblo desnudo y sin qué ponerse, hambriento y sin qué comer, el día de hoy amanece justamente aborrascado y sangriento justamente».
Miguel Hernández
La inmensa emoción de ver al poeta del pueblo tal como era en movimiento, observando, escuchando las alocuciones de sus compañeros poetas, escritores antifascistas. Su humildad de pastor de cabras sentado en la escalera, sus manos en la cara, ojos limpios de hombre bueno, amante de su mujer y de su niño, de encajar cada letra en el espacio preciso de la limpia blancura del papel, dispuesto a la grandeza poética. Miguel murió en una sucia cárcel del fascismo español, abandonado a su suerte víctima de una gravísima enfermedad. Fue un crimen más como el que cometieron contra su amigo Federico y millones de mujeres y hombres en cada rincón de la destrozada España. Verlo así en vivo a mi al menos me eriza la piel, me da otra dimensión de su grandeza y pensé: Miguel está vivo, luchó a muerte contra los enemigos del amor y de la vida. Será eterno para siempre en la conciencia de los pueblos en lucha.
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