“El fascismo no es definido por el número de sus víctimas, sino por la manera en que las mata.”
Jean-Paul Sartre
No eran las dos de la mañana cuando tocaron a la puerta, a esa hora jamás puede ser nada bueno que alguien quiera entrar en tu casa, por eso Fernando Rodríguez salió con cautela por si era algún vecino del pago de Miraflor que necesitaba ayuda, en esos tiempos de agosto del 38 eran frecuente los incendios en esa zona de la isla.
Cuando abrió la puerta se encontró de frente con el cabo Yanes de la policía municipal de Teror, junto a un grupo de falangistas del barrio, de San Lorenzo y de Las Palmas, además del párroco de la Basílica del Pino, Esteban Rosales.
Nando les preguntó que deseaban a esas horas, pero la respuesta fue un cabezazo de Yanes que le partió la nariz, ya en el suelo y sin mediar palabra lo cosieron a patadas y culatazos en presencia de su pareja, con la que vivía sin estar casados.
El policía le dijo a la mujer que se metiera en la habitación y no saliera oyera lo que oyera, que si no se la iban a follar entre todos.
La pobre Lolita Cabrera, nacida en Tamaraceite, que estaba embarazada de siete meses, se fue temblando, viendo a su esposo con rostro agonizante, blanco como la cal, cerró la puerta y empezó a escuchar los golpes, los insultos, las preguntas imposibles de responder, porque implicaban a otros compañeros evadidos desde la noche del 18 de julio del 36.
Yanes sacó una soga de barco y se la puso en el cuello, pasándola por una de las maderas que sostenían el techo, el resto de pistoleros tiró de ella y Nando se quedó colgado moviendo las piernas, luego se meó encima y no paraba de convulsionar, así unos quince minutos, hasta que se fue quedando quieto, la cara roja, la lengua fuera, colgando de su barbilla.
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